José Ignacio Galparsoro. ¿Qué es filosofía hoy? Parte 1

Filosofía. La primera reacción que produce la invitación recibida para responder a esta pregunta en unas cuantas páginas (lo mismo daría si se pidiera hacerlo en unos cuantos voluminosos tomos) es que se trata de una tarea imposible o, en todo caso, de una mayúscula osadía. Recojo el guante del desafío que me es planteado, aun estando completamente seguro antes de empezar a escribir de que lo que diga no sólo resultará insatisfactorio para quien lo lea, sino para mí mismo. Se trata de una pregunta dirigida hacia mi persona y, por tanto, hacia la manera que tengo de entender esa actividad de la que he tenido la gran fortuna de hacer mi profesión. Tal vez habría resultado más cómodo para mi (y probablemente más útil para el lector) hacer un pequeño elenco de las diferentes concepciones de la filosofía a lo largo de la historia, recolectando las reflexiones de algunos filósofos al respecto. Pero, con ello, no habría sido honesto conmigo mismo, pues me habría parapetado tras la siempre tranquilizadora protección de los clásicos de la filosofía, aplazando el enfrentamiento con la cuestión. Expreso mi agradecimiento a quienes me han planteado la pregunta porque me han metido en un problema, y ser consciente de estar metido en un problema es un estímulo para practicar esa actividad que es la filosofía, en torno a la cual gira precisamente la pregunta.

Quien plantea la pregunta es un grupo formado por estudiantes que acaban de terminar, o están a punto hacerlo, la Licenciatura de Filosofía. Se trata, pues, de personas concretas que, en un lugar y en un momento concreto, plantean una pregunta concreta a unas personas concretas. Según manifestáis vosotros mismos, os mueve una sensación de insatisfacción intelectual, ya que creéis que deberíais saber más cosas de las que habéis llegado a aprender. Pero esta sensación no es el producto exclusivo de la torpeza o incompetencia de, por ejemplo, quien esto escribe en el ejercicio de su labor magistral. Aun admitiendo mi parte de responsabilidad en la deficiente formación del alumnado, esa sensación de frustración que éste vive es la misma que se apodera de todos cuantos practicamos la filosofía. La sensación contraria —es decir, la sensación de plenitud fruto de la creencia de que se ha logrado dar una respuesta definitiva a los problemas planteados— es síntoma de una actitud poco filosófica, a la que incluso se podría calificar de antifilosófica.

En el balance que realizáis tras acabar vuestra carrera universitaria también reina la insatisfacción porque parece que existen ahora más dudas que las que se tenían cuando se empezaron los estudios. Esto no es necesariamente negativo. Puede, más bien, interpretarse como una señal de que el espíritu filosófico ha prendido en vosotros y de que os habéis embarcado efectivamente en esta aventura fascinante que es la filosofía. En este momento de vuestras vidas tal vez sintáis vértigo. Pero esta sensación es la misma que se experimenta en todos los cruciales momentos de cambio que se producen a lo largo de la vida. Hasta ahora transitabais por el camino de la filosofía cogidos de la mano de vuestro profesor. Ahora parece que esa mano protectora se suelta y tenéis la impresión de que en adelante deberéis caminar solos. Pero antes reclamáis un último servicio a vuestro profesor: que os aclare en qué consiste esa disciplina que habéis venido estudiando durante estos últimos años. Tal vez os sorprenda saber que esa mano que agarraba la vuestra conduciéndoos por el camino de la filosofía es también una mano que necesita ser agarrada y conducida. Vuestras manos también pueden conducir otras manos. En filosofía, la relación no es (no debería ser) nunca unidireccional. El que pide ayuda también puede proporcionar ayuda, y viceversa. Entre dos manos que se entrelazan, nunca hay una que cumpla siempre el papel de conductora, pues hay momentos en los que debe dejarse llevar. Por ejemplo, yo, ahora, me estoy dejando llevar por la mano de la pregunta que habéis planteado, mientras que vosotros tal vez creáis únicamente que estáis pidiendo una ayuda para transitar por un
camino.

El de la filosofía es, pues, un camino. Y, además, un camino que cada uno se traza y que, por tanto, cada uno debe emprender individualmente. Ahora bien, este camino nunca se recorre en solitario, pues siempre se encuentra a algún compañero de viaje que tiene la impresión de estar tan desorientado como tú. En este encuentro, uno pregunta hacia dónde conducen los caminos que parten de la encrucijada en la que se está, pero también puede proporcionar alguna valiosa indicación a quien, a su vez, le pregunte por estos caminos. El filósofo que crea poder caminar sin la ayuda de nadie está tan perdido que no se da cuenta de que lo está. En cambio, quien pregunta (es decir, quien solicita ayuda) tiene la lucidez de reconocer que está perdido, y confía en que las respuestas a las preguntas que formula puedan ayudarle a tomar buenas decisiones sobre el camino a seguir. Y es que todo es camino: siempre se acaba por descubrir que la posada no es más que el punto de arranque de otro camino que llevará a otra posada también provisional. Por ello somos filó-sofos y no, simplemente, sofos: aspiramos a alcanzar el saber, aun cuando esta meta sea incierta, incluso aun cuando estemos convencidos de que es imposible de alcanzar. El filósofo ha de aprender a convivir con esta precariedad, pues es un elemento esencial de su propia condición.