La filosofía desde la ciencia, por R. Gutiérrez y J. Sanmartín Esplugues
[themecolor]¿Filosofía o ciencia?[/themecolor]
[themecolor]Respuesta: filosofía de la ciencia[/themecolor]
El pasado 15 de Enero, Raúl Gutiérrez Lombardo y José Sanmartín presentaron el libro La filosofía desde la ciencia que, junto con Antonio Diéguez, Camilo Cela Conde, Francisco J. Ayala, Gloria Cava, María Cerezo y Laureano Castro, han publicado en México. El acto tuvo lugar en el Salón de Grados de la Facultad de Filosofía y CC.EE. de la Universitat de València.
El libro hace frente al debate entre filosofía y ciencia: ¿para qué filosofía habiendo ciencia?
[themecolor]La INTRODUCCIÓN del libro dice así:[/themecolor]
«En una de las charlas TED de 2003, Daniel Dennett comienza diciendo que tiene un problema: “es que soy filósofo”. Y prosigue: “Cuando voy a una fiesta y la gente me pregunta lo que hago y digo “catedrático”, sus ojos se ponen vidriosos. Cuando voy a un cóctel de académicos y me pregunta en qué campo trabajo y digo “filosofía”, sus ojos se ponen vidriosos. Cuando voy a una fiesta de filósofos y me preguntan en qué campo trabajo y digo “la conciencia”, sus ojos no se ponen vidriosos… pero sus labios hacen una mueca de disgusto, porque piensan “¡eso es imposible! No se puede explicar la conciencia”.
Creo que lo dicho por Dennett refleja fielmente la situación por la que atraviesa cierto tipo de filosofía, la filosofía de la que nos ocupamos precisamente en este libro. Quienes colaboramos en él somos académicos que, sólo por serlo, en el imaginario común y corriente hemos de figurar entre los habitantes de un mundo especialísimo, poblado por seres peculiares que, a menudo no tienen los pies en la tierra. Y, por cierto, esos mismos prejuicios se repiten cuando te confiesas filósofo ante científicos. “¿Filósofo? Pero, ¿a qué se dedica un filósofo en estos tiempos? ¿Queda todavía algo que no pueda ser explicado por la ciencia?” Y la cosa, claro está, se complica todavía más cuando dices que tu objeto de estudio es el ser humano y, en concreto, la conciencia del ser humano y, peor aún, cuando añades que andas ocupado en el estudio de la capacidad que tiene el ser humano de ser consciente de sí mismo, de saberse pensando, de reconocer sus propios estados de ánimo, etc. Pero, sobre todo eso, ¿qué puede decir la filosofía? ¿Queda algo más allá de lo que puedan decir la neurobiología y la neuropsicología?
Para eminentes científicos como Hawking la respuesta a este último interrogante es nítida y rotunda: No, no queda nada; y, si quedara algo, no sucedería nada, pues la ciencia, en su desarrollo imparable, acabaría dando cuenta de ello. En ese sentido asevera Hawking que la filosofía ha muerto y expide el certificado de defunción de la filosofía alegando como causa de la misma su inutilidad manifiesta. La filosofía no sirve ya para nada, porque no se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia. Los científicos, concluye Hawking, se han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimientos. Y eso es todo. Nada más. Nada menos. La verdad, sea dicho de pasada, es que si alguna comunidad de científicos parece haberse sentido insatisfecha con su disciplina y ha realizado continuas incursiones en otras áreas del saber y, especialmente, en filosofía y filosofía de la ciencia, es la integrada por los físicos teóricos. ¡Qué le vamos a hacer! Entre poetas y científicos (en este caso, en particular, físicos teóricos) la filosofía está emparedada y, según unos y otros, llamada a perder su identidad, o por fusión, o por puro y simple reemplazo.
En una columna periodística dedicada a este tema (L ’Espresso, 2011), Umberto Eco no se muerde la lengua y tacha de solemne tontería (“una afirmación muy tonta”, dice él) la declaración de muerte de la filosofía proferida por Hawking. Para Eco, este físico teórico ha mostrado (que no demostrado) cómo la física puede explicar hoy en día: (1) si el Universo necesita tener un creador; (2) por qué hay algo en lugar de nada; (3) por qué existimos; y (4) por qué existe este juego específico de leyes. Se trata, sin duda, de cuatro interrogantes que parecían, inexorablemente, un coto cerrado de la filosofía. Pero Eco introduce en este punto una crítica letal: muy bien, muy bien; la física responde esos cuatro interrogantes. Pero estas preguntas presuponen otras dos: ¿qué significa decir de algo que es real? y ¿conocemos el mundo tal como es?, cuestiones ambas que siguen estando abiertas al escudriñamiento filosófico en busca de respuestas, y antes en busca de planteamientos para el debate.
La filosofía se nos cuela por todas partes. Por cerrado que esté el cofre de la ciencia, siempre hay hendiduras por las que, como el agua, entra la filosofía en su interior. Y ello por una sencilla razón. La ciencia contesta, pero no da respuestas que no encierren en sí preguntas filosóficas, entre otras cosas porque la ciencia es siempre un saber secundario, no principal o radical. La filosofía vive en y de las raíces de los problemas de los que la ciencia puede o podría ocuparse. Y al decir que “vive de”, quiero sugerir que, como algunas orugas litófagas, se alimenta entrando por las raíces en el árbol de los problemas y haciendo túneles a lo largo y ancho del mismo hasta agotar en ocasiones (pocas, desde luego) su propia existencia.
De todos modos conviene no olvidar que los Hawking de turno siempre han contado con la complicidad, incluso entusiasta, de cierto tipo de filósofos. Me refiero a los filósofos que, al menos durante el siglo XIX y XX, han aspirado a hacer de la filosofía una ciencia, avergonzados de que la filosofía, a veces, pareciera más poesía que otra cosa. Estos filósofos lanzaron, desde la lógica simbólica y la filosofía del lenguaje de Russell-Wittgenstein, una ofensiva en toda regla contra los embrollos lingüísticos en los que decían que consistía la mayoría de la filosofía. El existencialismo, el raciovitalismo, la fenomenología, la hermenéutica,… no eran más que literatura (no necesariamente barata, pero literatura), muy alejada de los estándares de rigor y objetividad de la ciencia. La filosofía debía abandonar estos devaneos con lo abstruso e ininteligible, y aplicarse sobre todo a la tarea de reconstruir racional y lógicamente aquello que se nos aparece como summum del saber riguroso: la teoría científica. Por una parte, la filosofía puede y debe ocuparse en el análisis de la estructura de las teorías científicas; por otra, puede y debe tratar de clarificar los criterios (se supone entonces que racionales) que, entre teorías en conflicto, permiten la adopción de decisiones a favor de una u otra.
Un filósofo compañero nuestro solía decir que este auto-cercenamiento de las propias posibilidades parece inspirado en las técnicas para la producción de bonsáis. No estamos totalmente de acuerdo. Un bonsái es un árbol de minúsculas proporciones, pero un árbol al fin y al cabo. La filosofía que se entiende a sí misma como un saber adjetivo de la ciencia (la filosofía de la que venimos hablando en estos últimos párrafos) y todavía más la llamada “filosofía científica” – la filosofía que se considera una ciencia más– en todo caso reducen el árbol a una rama aquí, algo del tronco allá y unas cuantas raíces acullá.
Quienes hemos participado en la confección de este libro, creemos que cabe aproximarse a la filosofía y a la ciencia siguiendo un camino bien distinto. Ninguno de nosotros cree que, en el binomio filosofía-ciencia, uno de los dos miembros sobra y ha de desaparecer. En absoluto. Pero, a la vez, creemos que no es posible hacer filosofía hoy ignorando los desarrollos de las ciencias. Se pasan los científicos que niegan la filosofía; se pasan asimismo los filósofos que niegan la ciencia. Y haberlos, haylos. Y los hay incluso en áreas tan delicadas como las relativas a la mente y a la conciencia humana. A este respecto, nos desconcierta la existencia de filósofos que son capaces de hablar de la mente sin aludir al cerebro.
Nosotros pensamos que la ciencia, en concreto las ciencias de la vida, no van a reemplazar a la filosofía (o a áreas filosóficas determinadas). Saber cuál es la base neurobiológica del yo y del pensamiento moral no va a reemplazar ni la epistemología, ni la ética, por mucho que eminentes intelectuales se hayan obstinado en defender lo contrario. Para este empeño reservamos la expresión “naturalismo substitutivo”. Quizá el naturalista substitutivo más famoso en el siglo XX haya sido Quine y su consideración de ‘para qué epistemología habiendo psicología’.
Aunque los extremos encierran en sí un atractivo del que carece la prudencia de posiciones intermedias, hay que decir sin embargo que sólo en sectores
minoritarios ha prendido la llama del naturalismo substitutivo. Hawking es aquí, de nuevo, el ejemplo paradigmático. Lo bien cierto es que frente a las exageraciones del naturalismo substitutivo, lo que ha ido extendiéndose hasta el presente es la idea de sentido común de que, si las ciencias están avanzando en su estudio de diversas realidades problemáticas, deberíamos prestarles la atención adecuada también desde la filosofía. El código de honestidad del filósofo tendría que establecer, en consecuencia, que el buen filósofo es aquel que hace uso de los hallazgos y explicaciones de las ciencias, siempre que sea oportuno, desde la convicción de que filosofía y ciencia están llamadas a entenderse. El cielo es lo suficientemente grande para que ambas quepan bajo el sol –nosotros así lo pensamos-.
Ciencia y filosofía maridan muy bien; otros dicen: “se contaminan”. ¡Bendita contaminación! Sólo cuando seamos capaces de abandonar el pensamiento dicotómico (o ciencia, o filosofía), como se nos recomienda en alguno de los capítulos de este libro, podremos sacar los beneficios teóricos que, con seguridad, se seguirán de la fusión de los tenidos por opuestos.
Ésa es la posición que subyace a cuantos capítulos constituyen este libro. En el primero, José Sanmartín Esplugues insiste sobre la mayor parte de los temas acabados de pergeñar, en su defensa de una filosofía que se sienta orgullosa de serlo y renuncie a la modestia de querer ser una ciencia. Antonio Diéguez y María Cerezo profundizan en el tema, haciendo un análisis de los distintos tipos de naturalismo existentes y de la adopción de un naturalismo colaborativo en el ámbito de las ciencias de la vida. Luego, en los siguientes capítulos, se aborda la aplicación del naturalismo colaborativo en diversas áreas: en ética (Raúl Gutiérrez Lombardo), en estética (Camilo J. Cela Conde y Francisco J. Ayala), en psicología (Gloria Cava) y en antropología (Laureano Castro).
Y queda algo muy importante por decir. Este libro es en su mayor parte el resultado de haber reunido en un texto las ponencias que se presentaron en el marco del Coloquio “La Filosofía desde la Ciencia”, que tuvo lugar el 5 de noviembre de 2013 en la sede del Centro de Estudios Vicente Lombardo Toledano, en la ciudad de México. Este Coloquio era en cierto modo el homenaje que algunos compañeros y amigos quisimos dispensar a uno de los más originales filósofos de la biología de España, Carlos Castrodeza Bermúdez de Castro, muerto de manera tan inesperada que algunos seguimos sintiéndonos hoy muy afectados por su pérdida física. Nos ha compensado hasta cierto punto su legado filosófico y el hecho de que su selectísima biblioteca sobre ciencias de la vida haya recalado finalmente en el Centro Lombardo en México, donde ha quedado abierta al público interesado. Quienes firmamos esta introducción fuimos amigos de Carlos y le quisimos mucho: era tan buena persona como genial investigador. Gracias, Carlos.
José Sanmartín Esplugues y Raúl Gutiérrez Lombardo (Valencia-México, junio 2014)».
[themecolor]El ÍNDICE es el siguiente:[/themecolor]
RIMERA PARTE. EL NATURALISMO EN FILOSOFÍA Y SUS TIPOS
CAPÍTULO 1. La modestia de querer ser una ciencia, José Sanmartín Esplugues
CAPÍTULO 2. Delimitación y defensa del naturalismo metodológico (en la ciencia y en la filosofía), Antonio Diéguez Lucena
CAPITULO 3. Hacia un naturalismo liberal en filosofía de la biología, María Cerezo
SEGUNDA PARTE. LA NATURALIZACIÓN EN LA ÉTICA, LA ESTÉTICA Y LA ANTROPOLOGÍA
CAPÍTULO 4. La ética desde el paradigma científico, Raúl Gutiérrez Lombardo
CAPITULO 5. Claves del cerebro en la apreciación de la belleza: una historia de dos mundos, Camilo J. Cela Conde y Francisco J. Ayala
CAPÍTULO 6. Ética de la verdad y ética de la persuasión en la tradición psicoterapéutica onccidental, Gloria Cava Lázaro
CAPÍTULO 7. Una aproximación evolucionista a las ciencias sociales: la naturaleza suadens de homo sapiens, Laureano Castro Nogueira.
Breve biobliografía de los autores de La filosofía desde la ciencia.
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