«Ante la corrupción, ¿caben alternativas?», por Ginés Marco.

Corrupcion. Manzana podrida

Sobre la corrupción

por Ginés Marco

Decano Facultad Filosofía Universidad Católica de Valencia

Director Máster Universitario en Marketing Político y Comunicación Institucional por la Universidad Católica de Valencia

Ante la corrupción, ¿cabe resistir?

¿Podemos resistirnos a la corrupción? Esa es una pregunta que un estudiante de Administración y Dirección de Empresas me trasladó en una sesión reciente. Le contesté sucintamente dándole algunas claves -siguiendo el paradigma orteguiano de describir y plantear el problema antes de afrontar su resolución- y le prometí que ampliaría por escrito lo que podría concebirse como una respuesta más sistemática. Con este artículo trato de cumplir mi promesa.

El límite de lo soportable en corrupción parece más que rebasado

Y lo primero que salta a la vista es una consideración que no por obvia resulta más incisiva: el límite de lo soportable en corrupción parece más que rebasado. La ciudadanía está saturada de contemplar día tras día –como sostiene el profesor Alejandro Llano– el fluir de los intercambios opacos de dinero por poder, de poder por influencia, y de influencia por dinero. En todos estos intercambios, el protagonismo de la clase política no aparece en una posición tangencial sino que ocupa un lugar destacado en el vértice superior del triángulo. Buena prueba de ello es que el informe del CIS publicado el pasado 8 de abril refleja que la clase política constituye la segunda fuente de preocupación para los españoles, después del paro. Esa puede ser la razón que ha podido impulsar a la propia clase política a ocuparse de la corrupción como problema al que hay que darle respuesta, y enseguida se han mencionado las medidas que se podría y debería adoptar para contener esa especie de tsunami que amenaza con llevarse por delante a nuestra democracia.

Remedios para la corrupción

El elenco de remedios es amplio y variado, desde la reforma de la ley de partidos políticos hasta el cambio en la financiación de los municipios pasando por la apertura de las listas electorales. Y casi todos parecen suscribir ese tipo de reformas: por una vez la unanimidad resulta asequible. La circunstancia que nos hace desconfiar es que son justamente esos mismos partidos, en cuyas filas militan muchos de los corruptos, los llamados a regenerar el sistema. Es muy improbable que uno sea un buen juez o médico en causa propia. Por este motivo voy a dejar de lado el ámbito de la política profesional y me centraré en los ciudadanos de a pie.

Habría que vencer una tentación inmediata: desentenderse de la política, dejar de seguir los temas de la agenda pública e incluso renunciar al voto (¿para qué votar, si son todos iguales?). Nada quieren más los políticos corruptos que una ciudadanía apática para cometer sus desmanes con una impunidad casi total, aunque con ocasión de una consulta electoral abunden los argumentos sofísticos empleados por muchos agentes políticos que llaman a la participación en el llamado “día de la democracia”, cuando lo cierto es que sólo pretenden hacer verosímil aquello que está en las antípodas de su percepción de la realidad.

Los escándalos, que son noticia a diario, pueden generar la impresión de que todo el mundo es corrupto, y no sólo los políticos. En tal caso, algunos pensarán que sería ingenuo no hacer lo mismo y dejar de aprovechar cualquier ocasión favorable para beneficiarse. No está de más recordar que no todos roban o engañan, y que la gente honrada sigue siendo mayoría. Pero aunque fueran mayoría quienes incumplen la ley, no es razón suficiente para hacer lo mismo.

La revolución silenciosa

No hay, pues, razón de ser para actuar siempre “como los demás”. Lo expresa muy bien el filósofo alemán Robert Spaemann cuando censura la apelación a los denominados “países de nuestro entorno”, como cauce para justificar que se cometan irregularidades si otros las han perpetrado con anterioridad. Por tanto, aunque “todos lo hagan”, yo no me plegaré a esa práctica corrupta y mantendré la integridad en mi ambiente familiar, profesional o social. De esta forma, evito que el cáncer llegue hasta mi rincón e incluso puedo aspirar sin jactancia a constituirme en punto de partida de la regeneración necesaria. Mientras esperamos que un foco nos inunde con un chorro de luz capaz de disipar las tinieblas, vamos encendiendo cerillas o velas que iluminarán pequeños rincones. Si el ejemplo cunde, la luz irá ganando terreno a la oscuridad. Como diría el filósofo escocés Alasdair MacIntyre, ya pasó el tiempo de las revoluciones sangrantes y pasa a ser ahora un tiempo propicio para las revoluciones silenciosas asumidas por pequeños grupos de ciudadanos competentes y con convicciones.

Cuando nos encontremos con situaciones injustas, lo primero sería hablar, denunciarlas en las sedes oportunas, desde la tertulia en el café hasta el juzgado de guardia. El silencio puede convertirse en el cómplice de los mayores atropellos. Tantos regímenes totalitarios se han consolidado sobre la pasividad o la apatía de amplias masas de ciudadanos desinteresados de la cosa pública. El aislamiento individual constituye el mejor caldo de cultivo para el despotismo, aunque se disfrace de “despotismo blando”, por emplear la terminología de Alexis de Tocqueville.

Pero los ciudadanos de a pie, además de aguantar el tipo cada uno en su sitio, también pueden organizarse. Hay muchos ejemplos imitables como el que invoca el profesor Alejandro Navas, experto en el análisis sociológico del fenómeno de la corrupción. Me estoy refiriendo al movimiento social de Corea del Sur denominado “Citizens’ Coalition for Economic Justice” (www.ccej.or.kr). Los integrantes de este movimiento social –que nació por iniciativa de un pequeño grupo de personas y ahora cuenta con más de 35.000 miembros, gente corriente en su mayoría–, investigan el contenido de periódicos, noticiarios televisivos, actas judiciales y documentos varios para reunir la información que permita desenmascarar a políticos y candidatos corruptos o incompetentes. Su éxito ha sido fulminante: la población coreana manifestó desde el primer momento un apoyo entusiasta a esa labor y los partidos políticos se han visto obligados a reaccionar y a desprenderse de elementos indeseables.

No todo está perdido; hay remedio para muchos de los males que nos aquejan. Lo que se impone es abandonar la cultura de la mera queja verbal y reaccionar: resistir a la presión corruptora y pasar al contraataque, pues también se contagia la honradez. Tal vez no consigamos cambiar el mundo a corto plazo, pero sí dormir con la conciencia tranquila y mirar a los demás a la cara sin complejos: son alicientes no desdeñables y que están a nuestro alcance.

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir". Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990) y "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013).

jsanmartin

Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir". Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990) y "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013).

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