Domingo Moratalla, T. y Domingo Moratalla, A. (2013). La ética hermenéutica de Paul Ricoeur.
[themecolor]Paul Ricoeur, en el centenario de su nacimiento[/themecolor]
Datos bibliográficos
Título: La ética hermenéutica de Paul Ricoeur
Autores: Tomás Domingo Moratalla y Agustín Domingo Moratalla
Editorial: Hermes
Edición: 2013
Ciudad: Valencia
Páginas: 156
Comentario
El presente libro de los hermanos Domingo Moratalla es el primero de una colección dedicada a Paul Ricoeur, con ocasión del centenario de su nacimiento. ¿Por qué dedicarle una colección al filósofo francés? Al decir de los autores, Ricoeur es capaz de generar un pensamiento fresco, actual, «respondiendo a los problemas sociales, políticos, culturales y religiosos de nuestro tiempo» en diálogo con las grandes corrientes filosóficas del siglo XX (personalismo, fenomenología, hermenéutica), sin renunciar a ningún reto ni escatimar ningún esfuerzo. Es por esto que reconocieron en él a
«un maestro con el que merecía la pena pensar el presente», un filósofo de la responsabilidad —tan necesaria por otra parte hoy en día— que nos permite afrontar los retos actuales desde el compromiso, la capacitación y la deliberación; esto es, desde el compromiso que entiende la filosofía «como una exigencia de capacitación en la promoción de la responsabilidad personal y en la promoción crítica de la deliberación pública».
No es Ricoeur un autor que esquive cuestiones metafísicas. Inmerso como está en el giro hermenéutico de la fenomenología, no renuncia a aquélla sino que indaga en una nueva formulación que le permita redescubrir la realidad y el ser humano en diálogo con la contemporaneidad. Esta obra en particular se centra en su reflexión ética, en la que cristaliza una visión cosmológica de la realidad más amplia de la que no se desvincula. Se trata sin duda de un libro de indudable interés, no sólo para los estudiosos de Ricoeur o de su ética, sino para todo aquél que quiera acercarse a su pensamiento.
El libro se divide en tres grandes capítulos, de los cuales los dos primeros están dedicados estrictamente a su pequeña ética —como él la denominaba—, dejando para el tercero su aplicación al terreno de la bioética. A lo largo de las páginas se percibe cómo su reflexión se articula en torno a los tres giros característicos del siglo pasado: el giro lingüístico, el giro hermenéutico y el más reciente giro aplicado.
¿Qué aporta el pensador francés al pensamiento ético? ¿Por qué su ética es denominada ‘de la responsabilidad? ¿Acaso no hay otras éticas que sean responsables, dialogantes,…? ¿Por qué hablar, en definitiva, de su ética hermenéutica? No cabe duda de que la ética juega un papel fundamental en la obra de Ricoeur, hasta el punto de que no es descabellado afirmar que toda su filosofía gira en torno a esta preocupación. Esta afirmación tampoco es que sea fácil realizarla, no porque no sea fiel a su espíritu sino porque su pensamiento no se presenta de manera sistemática. Es más, «el estricto análisis de sus textos es insuficiente para hacer inteligible su proyecto de Ética», hasta el punto de que podemos considerar que su aportación «más importante que una filosofía, es decir, que unos contenidos filosóficos, es un estilo, un quehacer filosófico».
Este proyecto de Ética se articula alrededor de unos conceptos clave —atestación, narración, dialéctica, triple mímesis,… y cómo no hermenéutica— en torno a los cuales gravita una sensible preocupación antropológica, derivando no sólo hacia derroteros teóricos, sino también y sobre todo hacia derroteros prácticos (como ponen de manifiesto sus trabajos sobre la aplicación de la ética en los ámbitos de la justicia y de la medicina, o sobre la traducción y la hospitalidad,…).
Ricoeur se plantea la ética, fiel al rigor que había aprendido de Husserl, desde una atenta fenomenología de la voluntad, sin caer en precipitaciones que le impidieran un acercamiento a la realidad moral del ser humano. Es consciente del papel que desempeña el lenguaje, el discurso, no sólo como interpretación de lo que acontece sino también como posibilidad de encuentro y forjador de sentido, y ello no tanto a nivel de cultura social como a nivel del corazón del individuo. Este paso de lo social a lo individual es fundamental, porque será el que le permita dar el salto de la ética hermenéutica a la ética narrativa, bien protegido de los siempre amenazadores flancos del relativismo y del dogmatismo moral; esto es, de «quienes consideran que desde la facticidad no es posible una crítica del sentido y contra quienes consideran que la donación intramundana del sentido se impone sin posibilidad alguna de crítica». Frente al dogmatismo no sólo existe el relativismo, sino que se puede dar una intersubjetividad responsable que apele a lo auténticamente humano desde una comprensión profunda y realista.
En este sentido, las reflexiones del filósofo francés sobre la narratividad del ser humano son muy interesantes. No llega a ellas directamente, sino desde un estudio crítico de la filosofía del lenguaje y del estructuralismo. Mediante un análisis del signo, va más allá del lenguaje apoyándose en la estructura triádica que le es intrínseca, vía que le permite encarar un triple problema: el del signo mismo (efectivamente, el problema del propio lenguaje), el del interlocutor (en el que hay implícito un reconocimiento del otro) y el de aquello que se significa (el problema del mundo y la realidad). Acaso todos los esfuerzos lingüísticos no sean sino esfuerzos de redescripción de lo real en aras de crear una comunidad intersubjetiva buena. No se trata de una relación biunívoca lógica al modo neopositivista entre lenguaje y realidad, ni de un enfoque clásico de lo que sea la realidad. Ricoeur es conocedor de la crítica contemporánea, y es consciente de que a menudo el sentido desborda las palabras, de que éstas no pueden decirlo todo. Pero en ello tiene que ver tanto el que las dice o escribe como el que las escucha o las lee.
Partiendo del hecho comunicativo, Ricoeur insiste en el peso del receptor y en sus procesos de interpretación y de comprensión, hecho que le abre la puerta a su propia narratividad, a la lectura de su propia vida, de su propio yo,… pues la identidad personal no se agota en la mismidad, lo cual tiene una repercusión clara de nuestra responsabilidad para con nosotros mismos y para las generaciones futuras. Es la triple mímesis, que se apoya en la estructura ontológica humana pre-narrativa (la ética, ¿se construye o se descubre?): prefiguración, configuración y refiguración. En ella prima sobre todo el tercer momento ya que permite «descubrir dimensiones disimuladas y ocultas de la experiencia humana y transformar nuestra visión del mundo», y en el que la narración adopta un papel ético justo allá donde finaliza el análisis lingüístico. Brota así la idea de la unidad narrativa: «con la identidad narrativa estamos ante un sujeto moral con capacidad para desdoblarse, para ponerse en el lugar del otro, para adoptar la perspectiva de la universalidad».
Ricoeur es consciente de que el paso de lo narrativo a lo ético no es fácil, encuentro que precisa de una síntesis o de un diálogo entre la ética aristotélica (prudencial) y la kantiana (deontológica). Efectivamente, en Ricoeur se unen un momento deontológico —más abstracto y, por decirlo así, desencarnado— con un momento práctico, prudencial —necesitado de unas normas universales, más allá de lo eudemónico o naturalista—. El paso de ‘lo’ ético a las decisiones éticas no es fácil. Quedarse en lo eudemónico puede resultar falaz; quedarse en lo deontológico, demasiado puro (autonomía vs. fragilidad). Para aplicar la ética, hay que partir de una ética de la felicidad pero pasando por una moral de obligación, hay que partir de una sabiduría práctica pero pasando por una regla universal: esta síntesis de Aristóteles y Kant no es sino la pequeña ética de nuestro autor, que no es una mera yuxtaposición de ambas éticas sino un reconocimiento mutuo de su presencia recíproca.
Sin embargo, lo que interesa a Ricoeur no es tanto la ética (la pequeña ética) como la supraética. Si la primera está más relacionada con lo justo, con lo equitativo, la segunda lo está con el don, con la gratuidad. Pero claro, esta supraética no es estrictamente una ética; se trataría de una especie de ética previa, de pre-ética, que tiene que ver con una disposición fundamental del ser humano ante el mundo, ante los otros y ante sí mismo. Del mismo modo que esta supraética no es estrictamente una ética, una ética sin esta componente sobreabundante tampoco puede considerarse —según Ricoeur— como una verdadera ética. Una ética basada únicamente en las relaciones equitativas, en deliberaciones justas, no es verdaderamente una ética pues le faltaría toda la reflexión (y la consiguiente aportación práctica) sobre el don y sobre todo aquello que vaya más allá de la justicia. El problema de la aplicabilidad de las decisiones éticas debe contemplarse a la luz no sólo de las éticas humanas sino también de la supraética del don.
Porque desde el don se rebasa la mercantilización propia de nuestra sociedad, y conceptos tales como encuentro, otro, reconocimiento,… cobran una luz diferente, permitiendo construir una reflexión que si bien no concluye en una exposición ética determinista, sí que nos brinda razones para no desesperar. Aquí es donde hay que ubicar su filosofía del reconocimiento: «del reconocimiento de las cosas pasamos al reconocimiento de la persona, del sí mismo, de la propia identidad, para lo cual se precisa siempre la mediación de los otros». Si a esto unimos el hecho de que a causa de nuestra finitud y limitación no podemos poseer un conocimiento pleno ni de las cosas ni de nosotros mismos, de que siempre estamos en proceso de construcción, siempre en camino, queda perfectamente situada la hermenéutica ricoeuriana y sobre todo la narración personal para constituir nuestra identidad, que se presenta inevitablemente «como una apuesta». Necesitamos de lo otro y sobre todo de los otros (de esa parte de alteridad que coopera en nuestra ipseidad), y ello sólo se convierte en algo humanizador cuando se realiza en un ámbito de reconocimiento, de don, de gratitud,… donde no caben las certezas sino la atestación y la confianza desde una capacidad de decir, una capacidad de obrar, una capacidad de narrar, una capacidad de responsabilizarse y una capacidad de recordar y prometer.
De esta manera puede llegarse a lo que Ricoeur denomina estados de paz, donde en lugar de fundamentar el vínculo social en una lucha hobbesiana, cabe pensar que «existe una especie de benevolencia vinculada a la similitud entre los seres humanos en la gran familia de la humanidad». No se trata tanto de una ensoñadora utopía como de una confianza en que los empeños morales de paz, de encuentro… de reconocimiento no son una quimera; que son posibles, que cabe la esperanza concretada en la búsqueda de nuevos caminos a pesar de los tristes ejemplos que cada día nos ofrece la comunidad mundial. Curiosamente —señala de modo perspicaz— superando toda relación mercantilista la experiencia de la generosidad invita a ser generoso, y ello desde la gratuidad y no desde la exigencia: «es, paradójicamente, la no espera de reciprocidad el fundamento de reciprocidad». No hay certezas; tan solo claros, iluminaciones.
La aplicación a la bioética se apoya por un lado en esta apuesta esperanzadora, pero sin excluir ingenuamente su aspecto reductor, de sospecha, de fragilidad; y por el otro, en los planteamientos fundamentales de su pequeña ética: «para él la bioética adquiere consistencia ética gracias al nivel prudencial, pero necesita de las funciones críticas ejercidas por el nivel deontológico y del esfuerzo fundamentador del reflexivo (…)». Este último plano, el reflexivo, supone al culmen de la bioética de Paul Ricoeur. Si la relación paciente-doctor está basada en la doble relación confianza-sospecha, reconocimiento-fragilidad, será fundamental la reflexión en el momento de la aplicación, donde se ponen en juego diferentes identidades narrativas, diferentes creencias, diferentes fuentes de moralidad, diferentes convicciones entre los protagonistas de la relación terapéutica,… Será fundamental este nivel —como digo— porque «solo el consenso entrecruzado, solo los desacuerdos razonables, sirven de réplica a la heterogeneidad y diversidad de la moral que aspira a ser común».
[themecolor]Los autores La ética hermenéutica de Paul Ricoeur[/themecolor]
Tomás Domingo Moratalla es Profesor de Filosofía Moral en la Universidad Complutense de Madrid, y Correspondant en Fonds Ricoeur. También ha enseñado y colaborado con otras universidades españolas como en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, o en la Autónoma o Complutense también de Madrid.
Esta especializado en la reflexión ética desde las aportaciones realizadas en la filosofía contemporánea, especialmente desde la hermenéutica (Ricoeur, Gadamer, Ortega y Gasset). Ha escrito diferentes libros sobre este tema, también sobre el mismo Ricoeur (traduciendo alguna de sus obras más importantes), así como sobre el papel de la narración en la identidad humana, refiriéndose a ámbitos como el de la bioética o el audiovisual.
Entre sus obras cabe destacar:
– Lecturas de Paul Ricoeur (1996)
– Bioética y cine. De la narración a la deliberación (2011)
– Bioética narrativa (2013), en colaboración con Lydia Feito.
Agustín Domingo Moratalla es profesor de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia. Tras diversos cargos en el ámbito educativo, amplió estudios en la Universidad Católica de Lovaina y en Washington.
Ha participado con relevancia en distintas instituciones como en el CEU, Justicia y Paz, o la Dirección General de Familia, Menor y Adopciones de la Generalitat Valenciana. Ha cooperado también en la creación de Comités de Ética en diversos hospitales (La Fe, Clínico). Periódicamente colabora con distintos medios de comunicación, y ha recibido varios premios nacionales de Prensa. Recientemente ha sido nombrado director de la sede valenciana de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
Entre sus libros cabe destacar:
– Educar para una ciudadanía responsable (1984)
– Un humanismo del siglo XX: el personalismo (1985)
– Ética del voluntariado (1997)
– Calidad educativa y justicia social (2002)
– Ética de la vida familiar (2006)
– Hábitos de ciudadanía activa (2007)
– Ética para educadores (2009)
– Ciudadanía activa y religión (2011)
– Educación y redes sociales (2013)
– El arte de cuidar (2013)
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PROYECTO SCIO