Ortega y Gasset, J. Ensimismamiento y alteración. Madrid: Alianza.

[themecolor]Meditación de la técnica y otros ensayos[/themecolor]

FICHA TÉCNICA

  • Colección: El libro de bolsillo>Bibliotecas de autor>Biblioteca Ortega y Gasset
  • Páginas: 216
  • Publicación: Abril 2014
  • Precio: 9,80€
  • I.S.B.N.: 978-84-206-8613-4
  • Código: 3403614
  • Formato: Estándar, Papel
  • Tamaño: 12 x 18
  • Páginas: 216
  • Edición: 01ª edición

[themecolor]Contenido de Ensimismamiento y alteración. Meditación de la técnica y otros ensayos[/themecolor]

Conforme más leo a Ortega, mayores son mis remordimientos. Yo, como gran parte de los filósofos de mi generación (nací en el 48 y empecé a trabajar como profesor universitario en 1970), nos formamos en el desprecio a la filosofía autóctona y en el revalorización de la filosofía ajena, principalmente anglosajona. Para mí, Ortega era un filósofo que, con palabras de Unamuno pronunciadas en relación con otro tema, se acostaba más a la poesía que no a la ciencia. Y eso (en tiempos de auge de la filosofía entendida como un saber adjetivo) bastaba para marginarlo. Además de las suspicacias que sus incursiones en la política levantaban entre quienes nos decíamos progresistas.

Fue en Estados Unidos donde uno de los filósofos que más aprecio, Carl Mitcham, me hizo saber las múltiples razones que le habían llevado a incluir Meditación de la técnica de Ortega y Gasset como una de las lecturas de la antología que había editado junto con Robert Mackey bajo el título de Philosophy and Technology. Readings in the Philosophic Problems of Technology (The Free Press). Para Mitcham, Meditación de la técnica era uno de los textos más profundos y sugerentes escritos sobre este tema en el siglo XX. Y debo reconocer (lo que no deja de ser incluso ridículo) que, convencido por Mitcham, leí por vez primera en mi vida esta obrita de Ortega en inglés en la habitación de un motel a las afueras de PennState. Desde entonces debo confesar que Meditación de la técnica ha sido uno de mis libros de mesita de noche. Simplemente, me encanta. Y me encanta además que el contenido de Meditación de la técnica fueran las lecciones pronunciadas por Ortega en la inauguración de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en 1933. Se trata de una razón egoista: yo he sido director en esta Universidad a la que tanto quiero.

Ortega, por partida doble

Ortega y Gasset, por partida doble

Me convence y entusiasma la idea orteguiana de que la técnica hizo humano al ser humano. Que el ser humano no  es un algo hecho -como una cosa-, sino un proyecto de ser que en todo momento se está haciendo a sí mismo en interacción con su circunstancia. Una circunstancia que es, en buena medida, el resultado de una acción técnica que se traduce en la creación de una supranaturaleza, a través de la cual la naturaleza se adapta a nosotros, en un proceso claramente inverso al seguido por el resto de los animales. Una supranaturaleza (hoy, la llamaríamos sencillamente «el medio») a través de la cual el ser humano tiende a satisfacer sus necesidades, con el bientendido de que tales, más que básicas (al estilo del hambre o la sed), son superfluas: porque el ser humano es el único capaz de convertir lo superfluo en necesario, pues no le basta el mero subsistir -mediante la satisfacción de sus necesidades básicas-. Al ser humano no le es suficiente estar, sino que requiere estar bien; un estar-bien que sólo se logra mediante la satisfacción de esas otras necesidades, objetivamente superfluas, pero necesarias para llevar una vida humana. Necesidades, obviamente, culturales.

En pocas páginas Ortega se aproxima así a grandes temas: ¿qué es el ser humano? ¿cuál es su relación con la naturaleza? ¿qué papel le corresponde a la técnica en la interacción con la circunstancia? El ser humano, ¿tiene naturaleza?  ¿qué rol juega la historia en la configuración de la humano? Ortega no responde dando detalles. En la mayoría de las ocasiones, realiza aproximaciones sucesivas al tema y lo deja abierto. No es éste un defecto; más bien una virtud. Ortega suministra tema para el análisis y el debate que eso -y no otra cosa- es la filosofía misma.

[themecolor]Sobre Ortega y Gasset[/themecolor]

Reproduzco seguidamente la biografía que sobre Ortega y Gasset escribió en 1998 el Prof. Chamizo de la Universidad de Málaga:

Nació José Ortega y Gasset en Madrid, el día 9 de mayo de 1883, en el seno de una familia perteneciente a la burguesía liberal e ilustrada de finales del siglo XIX. La familia de su madre era propietaria del periódico madrileño El Imparcial y su padre, don José Ortega y Munilla, fue periodista y director de dicho diario.
Ortega y Gasset

Ortega y Gasset

El hecho de haber nacido «sobre una rotativa» (como el propio Ortega confesará más tarde) y el de que se criase también en una familia tan íntimamente conectada con la actividad periodística, hechos accidentales en principio, se van a convertir, con el transcurso del tiempo, en algo esencialmente ligado al desarrollo de su formación intelectual y a su forma de expresión literaria. Efectivamente, gran parte de sus escritos filosóficos, e incluso gran parte de su actividad profesional, van a desarrollarse en contacto con el periodismo. Hasta tal punto es esto así, que, al igual que Ortega es recordado como uno de los más grandes filósofos en lengua castellana, debe serlo también —y esto no es de menor importancia— como una de las mayores figuras del periodismo español del siglo XX. Y ello, lo mismo como articulista de temas culturales y políticos como impulsor de empresas periodísticas, algunas de las cuales, como laRevista de Occidente, aún permanecen vivas.
Tras aprender las primeras letras en Madrid, con don Manuel Martínez y con don José del Río Labandera, en 1891 el joven Ortega es enviado a estudiar el bachillerato al colegio que los jesuitas regentaban (y siguen regentando) en la barriada malagueña de El Palo. El que el niño Ortega recibiese su formación básica en un colegio de jesuitas y en la ciudad de Málaga serán acontecimientos que marcarán también su formación vital.
En primer lugar, el contacto con los jesuitas y sus enseñanzas van a producir en Ortega una reacción análoga a la que se había producido casi cuatro siglos antes en otro brillante antiguo alumno de los jesuitas: R. Descartes. Descartes, sin dejar de reconocer la deuda contraída con sus profesores de La Flèche, reaccionó contra la formación recibida de ellos. De esta conciencia del poco fundamento de la ciencia recibida nació su obra personal y, con ella, su proyecto de reforma de la filosofía europea. Del mismo modo, también Ortega reaccionará contra la formación adquirida en su infancia, a pesar de que él fue el «emperador» de su clase («Al margen del libro ‘A. M. D. G.’», I: 532-533). Y, aunque criticará el que los jesuitas, «mordiendo las porciones más enérgicas de sus almas, han inutilizado […] a los que tenían que haber salido los hombres constructores de la cultura nacional» («Al margen del libro ‘A. M. D. G.’», I: 535), la ironía de la historia hizo, precisamente de él, uno de los más eximios constructores de la cultura nacional española del siglo XX.
En segundo lugar, el hecho de que su colegio estuviese situado en Málaga, «en el imperio de la luz», quizás no sea tampoco un dato biográfico desdeñable (aunque los estudiosos de Ortega hayan insistido poco en él), porque en esta ciudad fue compañero el joven Ortega de los hijos de las más rancias familias burguesas malagueñas, y ello le permitió tomar contacto con las clases dirigentes que habían hecho de Málaga una de las primeras ciudades industriales de la España del siglo XIX. Y también en Málaga tuvo que ser testigo del inicio del declive de esta burguesía culta, industriosa e industrial, causado por la crisis económica producida por la plaga de filoxera que, en menos de un lustro, arrasó los cultivos de vides que habían proporcionado la infraestructura agrícola al despegue industrial de la Málaga decimonónica y que había hecho de Málaga una ciudad cosmopolita, comercial y burguesa al menos desde el siglo XVI. Justamente en 1905, el año en que Ortega viajará a Alemania para ampliar sus estudios, un compañero suyo del colegio, Ernesto Rittwagen Solano, hijo de una de esas familias burguesas, tuvo que emigrar a Estados Unidos para ganarse la vida allí. Por lo demás, la suma de los efectos de la crisis de la filoxera y de la imposibilidad de las industrias siderúrgica y textil malagueñas de para competir con las surgentes industrias vascas y catalanas permitió el nacimiento de un proletariado industrial urbano escorado hacia posiciones revolucionarias e izquierdistas. En este sentido conviene recordar que, con el transcurso del tiempo, Málaga será la primera (y única) circunscripción electoral española en la que un comunista consiga acta de diputado, lo que ocurrió en 1934 cuando el Dr. Bolívar consiguió la suya. Quizás las reflexiones sociológicas de Ortega no sean del todo ajenas a estas primeras vivencias suyas en Málaga.
1.2. La vocación filosófica y regeneracionista
En 1897, terminado su bachillerato en Málaga, Ortega inició sus estudios universitarios, primero en Deusto y poco después en Madrid. Justamente en una de las épocas más dadas a la sensibilidad en la vida de un hombre, los quince años, el joven Ortega fue testigo de un acontecimiento histórico de la mayor trascendencia, acontecimiento que llevó a toda una generación de españoles a plantearse el problema de España. Este acontecimiento fue la pérdida de los últimos restos del imperio colonial español. En 1898, por la Paz de París, que daba término a la guerra hispano-norteamericana, España tuvo que ceder, ante los jóvenes y potentes Estados Unidos de América (a los que en su día había ayudado a alcanzar su propia independencia), sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este acontecimiento funcionó en España como un revulsivo de la conciencia nacional que llevó a las mentes más lúcidas del momento (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado o el propio Ortega) a plantearse el problema de la decadencia física y/o moral de España. La generación marcada por el desastre nacional, la Generación del 98, centró gran parte de sus esfuerzos intelectuales en la reflexión sobre la etiología y el diagnóstico de la enfermedad de España.
Dentro del espíritu de su generación, Ortega toma conciencia del problema de España y diagnostica que tal problema radica en el individualismo de los hombres y las regiones de España, que no han sentido una inquietud común por los asuntos nacionales. De ahí que proponga que la regeneración de España sólo puede venir de la mano de una toma de conciencia entusiasta de una misión nacional. Para que esta misión pueda ser llevada a cabo con éxito, Ortega propondrá la necesidad de la existencia de una elite intelectual —en la que él mismo se siente integrado— que, tomando lo mejor del mundo occidental, sepa «fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas» (Vieja y nueva política, I: 302). De este modo es como el pensamiento del joven Ortega enlaza con el regeneracionismo y con uno de los aspectos del krausismo español. Aunque los presupuestos filosóficos de Ortega y los de los krausistas difieran notablemente en la realización política y cultural de tales presupuestos ambos van a coincidir en varios puntos claves: que la situación de la España de la época es negativa y por ello debe ser superada; que esta superación sólo puede realizarse recurriendo a la aclimatación a España del pensamiento europeo, y que para ello es necesaria la existencia de grupos dirigentes que permitan la puesta al día de la cultura española.
1.3. La ampliación de su formación en Alemania
Justamente en este contexto de deseo de beber en las fuentes culturales europeas para aclimatarlas a España, es donde hay que encuadrar el viaje de estudios que, al finalizar su doctorado en filosofía con la tesis titulada Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda, Ortega hace a Alemania. Efectivamente, en 1905 marcha a Alemania para continuar sus estudios, y visita las universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo. Precisamente en esta última universidad será donde conozca a los neokantianos H. Cohen y P. Natorp, a los que considerará siempre sus maestros. También por este viaje de Ortega a Alemania se puede establecer un cierto paralelismo con la estancia de Julián Sanz del Río, fundador del krausismo español, en Heidelberg. Con ello Ortega continúa una cierta tradición española que dura hasta los años cincuenta, momento en que la meca de la filosofía pasa para los españoles a los países anglosajones. Esta tradición consistía en que todo joven español que aspirase a una formación intelectual más completa que la que podía proporcionar la universidad española debía viajar a Alemania.
El panorama filosófico que el joven doctor en filosofía por la Universidad de Madrid encontró en Marburgo estaba presidido por el neokantismo, esto es, la doctrina filosófica que postulaba la vuelta a Kant como modo de superar los callejones sin salida a que había llegado la filosofía idealista alemana de la mano de Hegel y sus seguidores. Pero, y aquí se rompe el paralelismo con Sanz del Río, así como el krausismo español importó el pensamiento de Krause de forma monolítica y sin una actitud demasiado crítica, Ortega llegó a Alemania con un espíritu más crítico y avispado—no en balde había pasado más de medio siglo de viajes de intelectuales españoles a Alemania— y su actitud ante los neokantianos no fue la de la beatería discipular, sino una actitud ambivalente. De este modo, a la vez que reconoce la impagable deuda para con sus maestros de Marburgo, también adopta una actitud crítica frente a ellos y frente al propio Kant. La deuda y la crítica para con Kant y los neokantianos las resume magistralmente con las siguientes palabras: «Durante diez años he vivido en el mundo del pensamiento kantiano: lo he respirado como una atmósfera y ha sido a la vez mi casa y mi prisión […] Con gran esfuerzo me he evadido de la prisión kantiana y he escapado a su influjo atmosférico». («Kant», IV: 25).
Orteg
Orteg
Así pues, Ortega es consciente de que el pensamiento kantiano fue para él tan necesario como lo es la atmósfera que respira cualquier hombre, pero también fue para él una prisión de la que hubo de liberarse para poder construir su propia filosofía de madurez. Además del significado que tuvo para su formación filosófica, su estancia en Alemania también desempeñó una importante función vital, pues los años que Ortega vivió allí, los años en que comenzó su madurez humana, fueron tan fructíferos que los recuerdos de esta estancia quizás constituyan algunas de sus mejores páginas literarias. Así, cuando tiene que describir El Escorial, en 1915, no puede alejar de sí la imagen de la ciudad donde vivió el «equinoccio de su juventud», proporcionando una descripción literaria de una belleza rara en el gremio de los filósofos: «Permitidme que en este punto os traiga un recuerdo privado. Por circunstancias personales yo no podré mirar nunca el paisaje del Escorial sin que vagamente, como la filigrana de una tela, entrevea el paisaje de otro pueblo remoto y el más opuesto al Escorial que quepa imaginar. Es una pequeña ciudad gótica puesta junto a un manso río oscuro, ceñida de redondas colinas que cubren por entero profundos bosques de abetos y de pinos, de claras hayas y de bojes espléndidos. En esta ciudad he pasado yo el equinoccio de mi juventud; a ella debo la mitad, por lo menos, de mis esperanzas y casi toda mi disciplina. Ese pueblo es Marburgo, de la ribera del Lahn» («Meditación del Escorial», II: 558-559).
A pesar de la profunda huella vital e intelectual que Alemania dejó en él, Ortega regresa pronto a España, física e intelectualmente, pues para él, el viaje a Alemania sólo puede tener sentido en la medida en que sirva para volver a España, de modo que haya una ósmosis intelectual tal que España se impregne de Europa y, a su vez, España impregne a Europa. De este modo, ya en 1910, exclamará: «queremos una interpretación española del mundo […]. España es una posibilidad europea. Sólo mirada desde Europa es posible España» («España como posibilidad», I: 138). A su regreso, en 1910, oposita y gana la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid, en la que sucede a N. Salmerón, y comienza su actividad universitaria como catedrático antes de haber publicado ningún libro de filosofía. Ese mismo año casa con doña Rosa Spottorno y, a partir de entonces, comienza su vida pública.
1.4. La vida pública
Si hasta 1910 la vida de Ortega permanece en el ámbito de lo privado, a partir de esa fecha comienza la vida pública de don José Ortega y Gasset, repartida entre la docencia universitaria y las actividades culturales y políticas extra-académicas. Tras una breve segunda estancia en Alemania, en 1911, Ortega se entrega a su cátedra en el antiguo caserón de San Bernardo. Pero las inquietudes políticas del joven catedrático de Metafísica salen pronto a la luz, y en 1914 funda la Liga de Educación Política Española, con la que intentará llevar a cabo sus proyectos regeneracionistas desde posturas democráticas. Ese mismo año publica Meditaciones del Quijote, su primer libro. En 1916 es cofundador del diario El Sol; y en 1923, justamente el año del comienzo de la dictadura del general Primo de Rivera, funda y dirige la Revista de Occidente.
Su enfrentamiento doctrinal con la política de la Dictadura lleva a Ortega, en 1929, a dimitir de su cátedra universitaria y a continuar sus clases en la «profanidad de un teatro», clases que más tarde se publicarán con el título de ¿Qué es filosofía? Así, forzado por las circunstancias, Ortega se convierte en uno de los primeros filósofos españoles que imparte su filosofía ante el gran público. Tarea que, por otra parte, quizás fuese él el filósofo más indicado para llevar a cabo, pues en él se daban parejas las dotes de un gran filósofo y la capacidad de hacer asequible la filosofía a cualquier hombre culto.
En 1930, coincidiendo con la «dictablanda» del general Berenguer, contra quien escribirá su famoso artículo titulado «El error Berenguer», que termina con la famosa frase «Delenda est Monarchia!», Ortega recupera su cátedra y su participación en la política activa va en aumento, hasta el punto de convertirse en el
De izquierda a derecha, Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, y Ramón Pérez de Ayala
De izquierda a derecha, Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, y Ramón Pérez de Ayala
centro de un grupo de intelectuales que propugnan el advenimiento de la II República Española. Así, en 1931, llegada la República, funda, junto con Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República. Gracias a la Agrupación es elegido diputado a las Cortes Constituyentes por la provincia de León; pero, una vez más, se repite la paradoja de todo filósofo «metido en política», pues en las Cortes se le oye pero no se le escucha ni se le sigue. La desilusión que le produce la vida de diputado lo lleva pronto a retirarse de la política activa y a disolver la Agrupación. Ortega, que debería haber escarmentado con lo que aconteció a Platón, tuvo que ver su voz desoída para comprender que, por desgracia, no siempre las doctrinas políticas de un filósofo son atendidas por los legisladores o por los gobernantes.
Con ello, Ortega vuelve de nuevo a la actividad académica y publica, en 1934, En torno a Galileo. En 1935 recibe un homenaje de la universidad quien ya es la figura más sobresaliente del panorama filosófico español del momento. También en 1935 publica otro libro importante: Historia como sistema.
1.5. El exilio exterior e interior
Con el inicio de la guerra civil española, en julio de 1936, Ortega se autoexilia y comienza para él una etapa de desazón vital que lo lleva a vagar por el mundo. Primero viaja a París y Holanda, donde pronuncia conferencias en Leiden, La Haya y Amsterdam. Más tarde viaja a Argentina, y allí vive hasta que, en 1942, fija su residencia en Portugal, donde escribirá su trabajo Origen y epílogo de la filosofía,que en principio era una reflexión hecha para que sirviese de epílogo a la Historia de la filosofía de su discípulo Julián Marías.
Con el término de la II Guerra Mundial, en 1945, Ortega regresa a España, pero en los diez años que tardará en llegarle la muerte, su actividad pública queda reducida al mínimo dadas las circunstancias políticas españolas. En 1946 pronuncia un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid y ese mismo año se comienzan a publicar sus Obras Completas. Puesto que sigue apartado de su cátedra, en 1948, junto con un grupo de colaboradores y discípulos, funda el Instituto de Humanidades, con lo que, de nuevo, el gran maestro que fue Ortega vuelve a ejercer su magisterio ante el público fuera de las aulas universitarias y a invitar a «unos cuantos para trabajar en un rincón» («Prospecto del Instituto de Humanidades», VII: 21).
Aunque se le permite vivir en España, él no se siente a gusto en su propio país, al que tanto amaba y por el que tanto luchó. A partir de 1950 viajará de nuevo a la Alemania de su juventud, donde ese mismo año mantuvo un debate filosófico con M. Heidegger, en Baden Baden, sobre el hombre y su lenguaje. Continuó su trabajo sin descanso y, en 1955, regresó definitivamente a España. Diagnosticado de cáncer gástrico, y tras una operación sin esperanzas, murió en Madrid el día 18 de octubre de 1955.
Quizás el dato más revelador del significado filosófico y humano de la muerte de Ortega lo proporcione el hecho de que, con motivo de su muerte, otro gran filósofo
Zubiri, Ortega y Morente en la Ciudad Universitaria, 1934
Zubiri, Ortega y Morente en la Ciudad Universitaria, 1934
español, pero de vida y obras tan distintas de las de Ortega, X. Zubiri, escribió uno de sus raros artículos periodísticos. Efectivamente, el mismo día 18 de octubre de 1955 X. Zubiri llamó al diario ABC para pedir que se le publicase una nota necrológica sobre Ortega. Precisamente él, X. Zubiri, a quien la prensa rogaba continuamente su colaboración sin recibirla, pedía ahora recordar la muerte de su maestro y compañero. De este modo, el 19 de octubre de 1955 aparecía en ABC el artículo de Zubiri titulado «Ortega metafísico», en el que se celebraba la obra del maestro con, entre otras expresiones, la siguiente: «En el bracear denodado con la verdad de la vida y de las cosas, Ortega nos enseñó in vivo la radicalidad con que han de librarse, cara a la verdad, las grandes batallas de la filosofía. Es lo que perennemente nos une a su espíritu con plena admiración, profundo respeto e íntimo cariño» (2).
Para terminar con este breve bosquejo biográfico de la figura de don José Ortega y Gasset creo conveniente insistir en cómo la vida y la obra de Ortega fueron lo más opuesto que imaginar quepa a las de la caricatura habitual del filósofo —ejemplificada magistralmente en la figura de Tales—, quien, según cuenta Diógenes Laercio, cayó en un hoyo por mirar a las estrellas. No es éste el caso de Ortega, pues a él no se le puede acusar de que, por ensimismarse en sus reflexiones metafísicas, olvidase «la verdad de las cosas y de la vida» en las que vivía inmerso. Justamente el caso de Ortega es el contrario, de modo que en él filosofía y vida están tan íntimamente unidas que prácticamente son inseparables. Fue en este sentido un filósofo «comprometido», en el sentido pleno que el término ‘comprometido’ suele tener en la literatura filosófica existencialista. La multiplicidad de sus intereses intelectuales lo llevó a emprender tal cantidad de empresas culturales, que sería imposible dar cuenta cabal de ellas en un trabajo como éste.
Quizás la mejor prueba de la hondura con que caló su pensamiento en los más diversos ámbitos de la sociedad española la proporcione, con toda exactitud, la confesión de un contertulio suyo, el otro Ortega, el torero Domingo Ortega, quien llegó a confesar que desde que conoció y escuchó a don José Ortega y Gasset toreó mejor (3).
Me permitirá el lector citar aquí una anécdota que se cuenta del torero Ortega, que muestra hasta qué punto calaron en él algunas de las doctrinas filosóficas del maestro en filosofía y hasta qué punto las supo expresar el maestro en tauromaquia en el lenguaje llano del hombre de la calle. Se cuenta que Ortega, el torero, tuvo una tarde pésima en una corrida celebrada en La Coruña. La prensa gallega puso el grito en el cielo, acusando al maestro de haber ido a La Coruña, de tan lejos, para hacer faenas tan malas. Cuando el maestro leyó las críticas periodísticas a su labor, comentó a su cuadrilla, con una frase que era digna de Ortega el filósofo: «Sevilla está donde está, lo que está lejos es esto». Quizás sea imposible una expresión más gráfica y exacta del perspectivismo del filósofo y, a la vez, más alejada de cualquier tecnicismo filosófico.
Notas
(1) Las citas de Ortega hacen referencia a la edición de la Obras Completas (XII vols., Madrid: Revista de Occidente, 1946-1983). El número romano corresponde al tomo y el número árabe a la página o páginas que se citan. El presente texto es una versión corregida y puesta al día de mi libro Ortega y la cultura española. Madrid: Cincel, 1985. Los subrayados en las citas de Ortega son del propio autor.
(2) Citado por Tabernero del Río, Serafín. «Actitudes ante Ortega», en Heredia Soriano, Antonio (ed.), Actas del I Seminario de Historia de la Filosofía Española. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1978, p. 259.
(3) Rodríguez Huéscar, Antonio. Con Ortega y otros escritos Madrid: Taurus, 1964, p. 21.

 

Y para terminar un vídeo en el que se escucha a Ortega y Gasset hablando de la vida como un quehacer.

 

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir". Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990) y "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013).

jsanmartin

Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir". Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990) y "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013).

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