Pablo Lorenzano y Oscar Nudler (2012): El camino desde Kuhn. La inconmensurabilidad hoy – Filosofía

Un nuevo libro sobre la inconmensurabilidad

Sobre el libro:

En 1962, Th. S. Kuhn y P. Feyerabend introdujeron de modo independiente el concepto de inconmensurabilidad en el ámbito de la filosofía de la ciencia. Aun cuando existen diferencias en sus planteamientos, ambos lo tomaron prestado de las matemáticas, donde significa “ausencia de una medida común”, y extendieron metafóricamente esta idea a la relación entre dos teorías científicas (sucesivas, alternativas o rivales) cuando, según ellos, no existe una medida común a ambas que permita compararlas directa y exactamente, afirmación que constituye la “tesis de la inconmensurabilidad”. Desde su introducción, dicha tesis constituyó el eje de apasionadas controversias, en las que Kuhn se vio involucrado siempre.

Los autores (compiladores) nos dicen en la Introduccción de este libro, cuyo título recuerda el de la obra póstuma de Kuhn El camino desde la estructura:

El problema de la inconmensurabilidad tiene una fecha cierta de nacimiento, aunque no de extinción, ya que continúa agitando las aguas del debate filosófico en estos comienzos del siglo xxi. A fin de trazar a muy grandes rasgos la trayectoria de este «espacio controversial» (véase Nudler 2011), recordemos que el tema se originó cuando, de modo independiente, Thomas S. Kuhn (1962) y Paul Feyerabend (1962) introdujeron el concepto de inconmensurabilidad en el ámbito de la filosofía de la ciencia. Fue sin duda una propuesta que no pasó inadvertida, ya que a lo largo de las décadas del 60 y del 70 se constituyó en el eje de apasionadas controversias, al principio en su territorio original, la filosofía de las ciencias naturales, para luego extenderse a la filosofía de las ciencias sociales, la filosofía del lenguaje, la semántica, la filosofía de la mente, etc. A partir de las críticas, directas o indirectas, formuladas por influyentes filósofos como D. Davidson, H. Putnam y S. Kripke, la legitimidad misma del concepto fue puesta en duda y su atractivo pareció eclipsarse, aunque no para el propio Kuhn, quien, en los últimos años de su vida, estuvo trabajando en un libro sobre la temática, que quedó inconcluso. Sin embargo, trabajos como los de W. Balzer, C. U. Moulines y J. D. Sneed (1987), H. Sankey (1994, 1998 y 2000) y otros, que se propusieron responder a las objeciones y desarrollar nuevos aspectos del problema, incidieron en lo que puede considerarse un renacimiento del interés de la comunidad filosófica en el tema. Este libro es una de las tantas manifestaciones del vigor que conserva hoy el debate en torno al concepto de inconmensurabilidad.

El modo en que Kuhn y Feyerabend lo introdujeron presentaba coincidencias, pero también diferencias. Con respecto a las primeras, ambos autores tomaron el concepto de las matemáticas, donde significa «ausencia de una medida común». Como descubrieron los antiguos pitagóricos, existen casos en que dos magnitudes no tienen una medida común que permita compararlas exactamente entre sí. Así, por ejemplo, el lado y la hipotenusa de un triángulo rectángulo son inconmensurables, tal como lo son un número racional y otro irracional. Kuhn y Feyerabend extendieron metafóricamente esta idea de ausencia de una medida común al caso de la relación entre dos teorías científicas cuando, a pesar de pertenecer al mismo dominio y competir entre sí, no existe un lenguaje común que permita comparar ambas. Según la tradición empirista clásica, predominante en la época, este siempre existe y es suministrado por la información obtenida mediante la observación científica, la cual se presuponía independiente respecto de toda teoría. Gracias a ello, las consecuencias empíricas de dos teorías rivales pueden compararse con el fin de decidir cuál es compatible con la experiencia y cuál no lo es. Pero tanto Feyerabend como Kuhn, tomando una idea anticipada ya por Hanson (1958), rechazaron la supuesta independencia de la observación respecto de la teoría. Desde un punto de vista lingüístico su postura era, consecuentemente, la de negar, en el caso de dos teorías inconmensurables, la existencia de un tercer lenguaje, un lenguaje observacional neutral respecto del lenguaje de ambas teorías y en el cual se formularían sus consecuencias empíricas. En cuanto a las diferencias entre ambas formulaciones originales de la tesis de la inconmensurabilidad, son tan importantes como las coincidencias. Feyerabend, de acuerdo con su visión de la evolución científica como ajena a cualquier patrón general, como producto de la proliferación anárquica de teorías y la lucha entre ellas, consideró a la inconmensurabilidad como un fenómeno relativamente «poco común», carente del gran alcance que le asignó Kuhn. Para este último, en su primera formulación de la tesis de la inconmensurabilidad, según aparece en La estructura de las revoluciones científicas, la inconmensurabilidad caracteriza en cambio la relación entre todo par de paradigmas, separados por un episodio científicamente revolucionario. Kuhn tomó conciencia del fenómeno de la inconmensurabilidad, según nos relata, al intentar infructuosamente apreciar el valor de una teoría científica del pasado (la física aristotélica) con las armas de su propio bagaje teórico (la física moderna). Advirtió así que solo podría llegar a apreciar dicha teoría tratando de comprenderla en sus propios términos, dejando de lado para ello el marco conceptual de la física moderna en la cual se había educado científicamente. Esta primera noción kuhniana de inconmensurabilidad era pues de un carácter sumamente abarcador, no solo por la extensión de su dominio de aplicación, sino también porque implicaba diferencias de distinto tipo entre las teorías inconmensurables, desde diferencias metodológicas hasta diferencias en la ontología presupuesta e, inclusive, en la percepción misma de los científicos involucrados. No es extraño que Kuhn haya resumido estas profundas diferencias implicadas por la inconmensurabilidad con su famosa observación de que los científicos que se adhieren a distintos paradigmas trabajan en mundos diferentes. Y tampoco lo es que, a fin de caracterizar la experiencia de pasaje entre un paradigma y otro, haya usado metáforas como la del switch gestáltico o la conversión religiosa. La versión inicial de la inconmensurabilidad kuhniana, que podemos calificar como «fuerte», dio lugar, como podía esperarse, a reacciones críticas también fuertes, entre las cuales no faltaron quienes, como Popper y sus seguidores, atribuyeron a la teoría del cambio científico de Kuhn una inclinación por el irracionalismo. En buena medida como respuesta a esas primeras críticas, Kuhn decidió precisar y limitar el alcance del concepto focalizándolo exclusivamente en el nivel lingüístico o semántico, dejando de lado las otras dimensiones presentes en su formulación original. En esta nueva versión acotada al lenguaje, Kuhn caracteriza a la inconmensurabilidad como una falla en la traducibilidad mutua entre los vocabularios o léxicos teóricos propios de distintos paradigmas. Esta falla, y sobre todo el hecho de la inexistencia de un lenguaje común al cual pudieran traducirse «sin residuo o pérdida» los respectivos vocabularios teóricos, es lo que pasó a constituir desde entonces la clave de la inconmensurabilidad kuhniana.

Para afirmar esta equiparación entre inconmensurabilidad e intraducibilidad Kuhn partió de algunos desarrollos presentes en la tradición del análisis del lenguaje y el significado, especialmente las doctrinas semánticas de Frege y de Quine. En primer lugar, la distinción fregeana entre sentido y referencia y, en particular, el hecho de que el sentido de un término determina su referencia pero no a la inversa. En segundo lugar, la idea de que el significado de un término depende crucialmente de la red semántica a la cual pertenece, de modo que dicho significado está en gran parte o totalmente determinado por su posición en dicha red. Este holismo semántico, que había sido defendido especialmente por Quine, influyó fuertemente sobre Kuhn, aunque este no se adhirió a la tesis quineana de la indeterminación de la traducción, ya que su concepto de inconmensurabilidad no impedía, como aquella, la comprensión cabal de un lenguaje enteramente desconocido a través de un proceso de aprendizaje y/o interpretación. De modo consecuente con estos puntos de partida, Kuhn concluyó que, dada la variación del significado que experimentan los términos al pasar de una teoría a otra, no podemos estar seguros de que un término dado conserve en las dos teorías la misma referencia. El vocabulario de una teoríaimpone una estructura sobre el mundo, una taxonomía, quelo «corta» mediante sus categorías de una cierta manera y que, en el caso de otra teoría inconmensurable con ella, difiere en algunos puntos, no necesariamente en todos, de la taxonomía propia de esta. Así, pues, en su última formulación, más «modesta», según sus propias palabras, del concepto, Kuhn introdujo la noción de «inconmensurabilidad local». Uno de los ataques más agudos a la tesis de la inconmensurabilidad fue el que realizó Donald Davidson (1974), en el contexto de su crítica al relativismo conceptual o del significado. Esta forma de relativismo está directamente asociada con dicha tesis, ya que si no hay un lenguaje común subyacente a los lenguajes de distintos paradigmas o esquemas conceptuales (según el término davidsoniano), no hay tampoco un estándar externo que permita contrastar de un modo independiente de ellos el valor de verdad de sus afirmaciones. Dada la formulación kuhniana de la inconmensurabilidad como intraducibilidad, un objetivo central de Davidson consistió en atacar la primera afirmación mostrando el carácter insostenible de la segunda. El reconocimiento de algo como un lenguaje, argumenta Davidson, de por sí implica la posibilidad de su traducción a nuestro lenguaje porque, de lo contrario, ¿cómo podríamos reconocerlo como lenguaje? El proceso de traducción de sus sentencias a nuestro lenguaje puede ser más o menos largo y dificultoso, pero la tesis de una imposibilidad de la traducción en principio sería directamente ininteligible, tanto si se trata de una imposibilidad total o de una parcial. En la misma línea, Davidson argumenta también que la afirmación de que un paradigma o esquema conceptual dado es inconmensurable con el nuestro requiere como condición para poder ser formulada de un lenguaje común que nos permita comparar ambos lenguajes porque, de lo contrario, no tendríamos ningún fundamento para hacer tal afirmación. O sea, la tesis de la inconmensurabilidad sería autocontradictoria o incoherente.

En la polémica suscitada en torno a las críticas de Davidson intervinieron tanto Kuhn como otros participantes. Por ejemplo, Sankey atacó el primer argumento de Davidson arriba mencionado, acerca de que solo podemos reconocer un lenguaje a partir de su traducibilidad en el nuestro. Sankey señaló al respecto que no es esta la única manera de alcanzar dicho reconocimiento. De hecho, existen lenguajes muertos que los arqueólogos no han logrado hasta el momento descifrar pero que, por ciertos rasgos, en particular a partir de las características de las inscripciones y de su contexto, reconocen como lenguajes.

En cuanto al segundo argumento davidsoniano, el de que la tesis de la inconmensurabilidad es incoherente, Kuhn replicó que el problema era que Davidson no distinguió debidamente entre dos procesos diferentes: la traducción y la interpretación. Que la traducción a nuestro lenguaje no sea posible no implica que no podamos llegar a comprender un lenguaje inconmensurable con el nuestro a través de un proceso de aprendizaje y/o interpretación de aquel. Este proceso debe permitir convertirnos eventualmente en bilingües y, provistos de esa nueva capacidad, apreciar el carácter inconmensurable de ambos lenguajes. Otro hito importante de la trayectoria del espacio controversial en torno al problema de la inconmensurabilidad fue el cuestionamiento hecho por Kripke (1972) y Putnam (1975) de la doctrina del holismo semántico, doctrina que está en la base, como hemos visto, de dicha tesis. Aunque Kripke no criticó directamente la tesis de la inconmensurabilidad, sí atacó el holismo semántico. En efecto, apartándose de la tradición fregeana según la cual los nombres propios son descripciones abreviadas, Kripke argumentó detalladamente a favor de considerarlos como designadores rígidos, es decir, nombres caracterizados por conservar el mismo referente en todos los mundos posibles. Su teoría causal de la referencia independizaba a los nombres, incluyendo los nombres de las clases naturales, de toda definición y los asociaba exclusivamente con una suerte de acto de bautismo original, consistente en la decisión de aplicar tales términos a un referente. Si esto es así, paradigmas diferentes dentro de un dominio dado hablan de los mismos objetos y, por lo tanto, no puede haber inconmensurabilidad entre ellos. Si bien Kuhn aceptó parcialmente la teoría causal de la referencia y la apreció como un instrumento para trazar el origen de la referencia de ciertos nombres y mostrar así posibles continuidades entre teorías sucesivas, continuó insistiendo en que hay términos que refieren de un modo que está íntimamente conectado con la teoría a la que pertenecen. Esto último se encuentra en consonancia con lo planteado básicamente por J. D. Sneed (1971) y W. Stegmüller (1973) sobre los términos teóricos de las teorías físicas. Además, diversos críticos de la teoría causal, como Evans o Douven, coincidieron ampliamente con Kuhn, subrayando que Kripke ignoró los aspectos intencionales, históricos y contextuales que son parte constitutiva del significado.
A modo de conclusión de esta somera y por cierto incompleta reseña histórica, podemos afirmar que las controversias suscitadas en torno al problema de la inconmensurabilidad, de las cuales hemos mencionado solo algunos ejemplos destacados, ocupan, desde el planteamiento del problema en 1962, un lugar resaltado en el debate filosófico relativo a la naturaleza del conocimiento y del lenguaje.

Sobre los autores (compiladores):

Pablo Lorenzano, doctor en Filosofía por la Universidad Libre de Berlín, es profesor titular ordinario de la Universidad Nacional de Quilmes e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

Oscar Nudler es Profesor en Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, y Doctor en Filosofía, Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata.

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Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir". Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990) y "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013).
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jsanmartin

Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UCV "San Vicente Mártir". Autor, entre otras obras, de "Los Nuevos Redentores" (Anthropos, 1987), "Tecnología y futuro humano" (Anthropos, 1990) y "La violencia y sus claves" (Ariel Quintaesencia, 2013).

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