Dos excesos: excluir la razón y no admitir más que la razón, por Alfredo Esteve

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Reflexiones en torno al libro  El exceso de excluir a la razón. Reflexiones para una historia de la filosofía de la ciencia, de José Sanmartín Esplugues[1]

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¿Es la ciencia una disciplina estrictamente científica, o caben en ella otros modos de ejercer la razón? En el ejercicio de la ciencia, ¿es lícito dar peso a estos tipos de razón no científica frente al propio racionalismo científico? En ese caso, ¿sería la ciencia menos ciencia? Cuestiones como éstas son las que —a mi juicio— subyacen a lo largo de esta obra de José Sanmartín; obra madura fruto de una larga trayectoria de trabajo e investigación que se ha permitido escribir, como él mismo nos dice en la introducción, «tras cuarenta años de ejercicio profesional».

Quizá el título de la obra pudiera llevarnos a pensar que en el autor predomine un exceso de racionalismo, pero nada más lejos de la realidad. Si bien no es partidario, efectivamente, de excluir la razón de la actividad científica, tampoco lo es de reducirlo todo a razón. Desde esta postura el lector es invitado a un viaje, cuyas postas vienen marcadas por los grandes hitos de la reflexión sobre la actividad científica.

Al principio del libro queda planteada la cuestión nuclear: ¿es posible obtener generalizaciones válidas a partir de los datos empíricos experimentables? Se pregunta el profesor Sanmartín:

 «¿Garantizan las tablas de Bacon o los métodos de Mill que la verdad se preserva en el método inductivo, es decir, que a partir de enunciados observacionales verdaderos, siempre en número finito, puede obtenerse una generalización asimismo verdadera?».

Es sabido que este problema ya fue planteado por Hume, quien puso de manifiesto la falta de evidencia empírica de la relación o conexión necesaria entre las causas y los efectos, más allá de la sucesión temporal, contigüidad espacial y ocurrencia contigua. Para Sanmartín la respuesta a esta pregunta no ofrece lugar a dudas: «rotundamente no», no es posible, «un razonamiento inductivo no es un argumento lógicamente válido».

El reto de Hume se ha intentado resolver con distintas aportaciones a lo largo de la historia —cuyos principales exponentes se presentan en el libro— pero sin llegar a una solución satisfactoria o definitiva. Más bien ha acontecido lo contrario: fruto de todas estas reflexiones se han añadido elementos al problema que más que solucionarlo le han aportado complejidad, lógicamente con la pretensión de acercarse a la realidad de la actividad científica.

De entrada, la postura del empirismo lógico o neopositivismo ofrece una respuesta afirmativa a tal interrogante, inclinándose a favor del binomio lógica científica y experiencia; aunque no hablará tanto de inducción como de verificación: ya no se trata  de obtener enunciados universales sino de justificarlos una vez propuestos. Sólo son aceptables aquellas hipótesis contrastadas empíricamente y con resultados positivos, esto es, verificadas.

Popper se situó abiertamente ante esta corriente, a pesar de que compartiera el desplazamiento neopositivista de la obtención de hipótesis hacia su justificación. Sin embargo, él ya no hablaba de verificación sino de falsación, pues de lo que sí se puede tener seguridad es de cuándo una ley general es falsa, a saber, «cuando la contradice (…) un enunciado básico (un enunciado observacional, un enunciado espacio-temporalmente singular)». Pero aun en contra de lo que él pensaba, la cuestión humeana no acababa de ser resuelta. No obstante, Popper realizó una aportación fundamental a la metodología científica como es su crítica a la validez de la observación registrada, y ello desde un doble aspecto: uno más técnico o de contenido (que tal observación pueda ser errónea en su ejecución o no bien planteada en cuanto a su objeto) y otro en referencia a la posibilidad de poder realizar observaciones —digamos— científicamente puras, sin que estén afectadas de interpretaciones del propio científico, sin que estén impregnadas de teorías.

Las consecuencias de este segundo aspecto son muy relevantes, y nos llevan a concluir que la ciencia no es tan objetiva como pudiera parecer sino que está afectada por convenciones que van más allá de lo científico. Esto cristaliza en la postura de Kuhn, quien marca un hito en la reflexión científica contemporánea. Para este autor, «la ciencia es un hecho social y, por consiguiente, la dinámica de la ciencia resulta incomprensible sin el manejo de categorías sociales», duro golpe a los partidarios del binomio lógica-epistemología. El progreso de la ciencia ya no se debe a cuestiones científicas, a la evolución de teorías, sino a la sucesión de paradigmas, concepto con el que Kuhn trata de ofrecer una visión de la comunidad científica más amplia que la derivada de una mera tradición de actividad, incluyendo otros elementos como intereses, cosmovisiones, etc. Los paradigmas no se suceden tanto por su validez científica, sino por factores sociales, «experiencia de conversión que no se puede forzar». ¿Qué es lo que lleva a preferir un paradigma a otro? Ya no criterios lógicos o racionalmente científicos, sino factores de otro tipo como la persuasión, la retórica,… factores estéticos que son ajenos a la lógica y que ponen en entredicho, efectivamente, que la ciencia sea estrictamente un producto suyo.

Aunque con el tiempo Kuhn suavizó su postura, no se puede negar la gran repercusión que tuvo su aportación. Pero, ¿es lícito hacer recaer todo el peso de las decisiones científicas sobre factores no científicos? Sí que es cierto que la ciencia se da en el seno de una sociedad y una cultura que influyen indudablemente en ella, pero esto no es óbice para que la ciencia tenga sus propias teorías y reglas que le doten de cierta autonomía. «La ciencia es una empresa racional, fruto de una actividad que no lo es del todo», nos explica Sanmartín. Lakatos ofrece una postura intermedia apelando a la honestidad del científico, el cual a la hora de optar por un programa de investigación deberá hacerlo por aquél que sea progresivo, pudiendo servirse para este menester de reglas científicas que van más allá de los valores de Kuhn.

¿Es lícita, pues, la convivencia del ejercicio de la ciencia con la reflexión sobre cómo realizar tal ejercicio? Algunos autores siguen sin pensar así, y entienden que tal reflexión no es tal sino que se debe incardinar en el seno de distintas disciplinas científicas, como si no hubiera lugar a una reflexión teorética que pudiera regirse por criterios o parámetros no científicos (es la naturalización sustitutiva de Quine). Para otros (el naturalismo cooperativo de Giere) no se trata tanto de suprimir la reflexión filosófica como de mantenerla en su autonomía, aunque considerando todas las aportaciones que puedan hacer al respecto las ciencias.

A juicio del autor, la filosofía ni es ciencia «ni debe aspirar a serlo». Pretender que la filosofía sea una disciplina eminentemente científica es un reduccionismo, desde el cual no es posible dar una explicación satisfactoria al fenómeno filosófico en su complejidad y profundidad; fenómeno que va más allá del reino de la razón lógica, ámbito en el que quizá los científicos no se sientan demasiado cómodos. Pero, ¿les legitima ello a llevar la filosofía a su terreno?

¿Existe una razón científica pura? Es más que dudoso. ¿Está afectada la razón lógica por otros factores más allá de los estrictamente científicos? Probablemente. ¿Debe situarse la filosofía, entonces, por encima de la ciencia? No se trata de eso. Quizá la solución a este conflicto pase por no establecer tal conflicto, y ello desde la conciencia de que ambas disciplinas pueden aportarse mucho mediante una complementariedad enriquecedora. En este sentido y en opinión del autor, no se trata de que la filosofía se reduzca a una reflexión a posteriori de lo que acontece en la actividad científica, sino de que realice una verdadera reflexión sobre tal actividad aportando ideas, luces, posibilidades, etc., que puedan serle de ayuda y de contraste. Para ello, lógicamente la filosofía no deberá ser una actividad paralela a la ciencia, encerrada en sí misma, sino que a su vez deberá estar al tanto de los avances científicos para poder erigirse en una interlocutora válida. Ni sólo la ciencia, ni sólo la filosofía, sino ambas; pues lo que aporte la ciencia no lo podrá aportar la filosofía ni lo que aporte la filosofía lo podrá aportar la ciencia. Ni tienen por qué hacerlo. Idea que resumo con una frase definitiva del propio profesor Sanmartín: «filosofía y ciencia forman, en suma, una pareja cuya disolución sólo puede acarrear males».

El autor

SanMartin entrevistaJosé Sanmartín Esplugues (1948, Valencia) es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Valencia, y director de Enseñanza Virtual en la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.

Tras su doctorado en la Universidad de Valencia (1972), continuó su labor investigadora en la Fundación Alexander von Humboldt, siendo adscrito sucesivamente ala Escuela Técnica Superior de Aquisgrán (Aachen) y al Instituto Máx Planck de Fisiología de la Conducta. En 1985 participó en la fundación del Instituto INVESCIT dedicada al estudio de ciencia, tecnología y sociedad en España. En 1997 fundó el Centro Reina Sofía para la investigación de la violencia, profundizando en la fundamentación neurobiológica de los procesos humanos de agresividad y violencia, así como en la influencia de los factores socio-ambientales.

Además de coordinar diversas obras colectivas, entre sus libros cabe destacar:

– Los nuevos redentores (1987)

– Tecnología y Futuro Humano (1990)

– La violencia y sus claves (2000)

– La mente de los violentos (2002)

– El terrorista (2005)

 El enemigo en casa (2008)


[1] Publicado por el Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales “Vicente Lombardo Toledano”, México D.F., 2013.

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Profesor de Filosofía Contemporánea en la UCV, Máster en Ética y Democracia y doctorando en el Departamento de Filosofía Moral y Política de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la UV.

Alfredo.Esteve

Profesor de Filosofía Contemporánea en la UCV, Máster en Ética y Democracia y doctorando en el Departamento de Filosofía Moral y Política de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la UV.

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