José Gómez Caffarena (2010). Diez lecciones sobre Kant. Madrid: Trotta.
FICHA TÉCNICA
Título: Diez lecciones sobre Kant
Autor: José Gómez Caffarena
Editorial: Trotta & Universidad Pontificia Comillas
Edición: 2010
Ciudad: Madrid
Páginas: 117
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La frescura y agilidad que se perciben en la lectura de esta obra ofrece indicios de que el origen de estas Diez lecciones sobre Kant no es otro que el fruto de otras tantas clases orales del autor, impartidas siendo ya emérito en la que él denominaba ‘su’ universidad, Comillas. Esta frescura no resta ni un ápice a su calidad filosófica. Todo lo contrario. Con el bagaje que proporciona una vida dedicada al estudio y a la reflexión, Gómez Caffarena nos ofrece un modo diferente de acercarnos a Kant. No se trata tanto de un estudio sistemático de la filosofía kantiana, como de un acercamiento a quién fue Immanuel Kant, situando su evolución personal e intelectual en su contexto en sentido amplio.
El autor nos explica cómo van surgiendo sus obras más significativas, grandes y pequeñas. Si bien se detiene especialmente en sus tres grandes publicaciones —las tres Críticas—, no deja de notar cómo en los primeros escritos pertenecientes a su etapa pre-crítica ya se adivinan lo que iban a ser las grandes inquietudes que desembocarían en aquellas. Por otro lado, tampoco se olvida de analizar otros trabajos menos relevantes, dedicados a otros ámbitos tales como el histórico o el social, así como de exponernos ciertas vías de continuidad de su pensamiento trascendental en la filosofía posterior.
Llama la atención que la primera de las diez lecciones apenas hable del protagonista del libro. ¿Por qué? No se puede entender bien a Kant —ni por extensión a ningún autor, a mi modo de ver— si no se le sitúa adecuadamente en su contexto. Y a ello dedica el autor la primera lección, a situarle brevemente desde distintos aspectos: geográfico, económico, político, cultural, religioso, científico,… para acabar lógicamente en el filosófico.
Lo primero que destaca filosóficamente en la modernidad, como sabemos de la mano de Descartes, es la emergencia del ámbito de la consciencia. No es que antes no se supiera de ese ámbito, pero sí que es cierto que no se le había dedicado la misma atención que en la modernidad. Surge así la idea de ‘yo’ como el fondo de ese ámbito de la consciencia, ámbito en el que las cosas ‘se dan’ al ser humano, cuando éste se encuentra con ellas. En concreto, al ser humano filosófico. Claro que las cosas se encuentran fuera de este ámbito, pero en su conocimiento interviene y mucho el sujeto, y tanto la filosofía clásica como la medieval resbalaron sobre este aspecto. No así la modernidad, consciente de que para poder partir de lo indubitable era necesario dar ese paso hacia atrás.
Esta autocomprensión fue realizada en clave racional. Pero ¿es que acaso los antiguos no ejercían la razón? Claro que sí —nos afirma el autor—, pero no será hasta Descartes que el ser humano realice «una fuerte toma de conciencia de la relevancia y del poder de la razón», abriéndose una metafísica dualista que germinará posteriormente en todo un mundo de grandes sistemas, como el de Espinoza, Leibniz,… y Wolff, quien a la postre sería el maestro de Kant.
Pero no se puede comprender a Kant sin la otra cara de la moneda moderna. Si por un lado estaba el racionalismo, por el otro estaba el empirismo, empirismo que despertó a Kant de su sueño dogmático. Efectivamente, David Hume impidió que el racionalismo derivara en una suerte de ensueños y quimeras alejadas de la realidad. Que la experiencia fuese el comienzo de todo conocimiento humano se erigió en una máxima que llevó a Kant a comenzar a pensar cómo compaginar este conocimiento experiencial con las reflexiones racionalistas. De hecho para Gómez Caffarena la aportación kantiana no es sino «ese intento de sintetizar las dos tendencias de la escisión poscartesiana: el racionalismo continental y el empirismo británico».
A continuación comienza el autor a explicarnos cómo poco a poco se van sucediendo las distintas obras. En primer lugar, predomina esta preocupación inicial que acabo de mencionar y que fue principalmente cognoscitiva, intentando aunar las percepciones sensibles con el mundo conceptual racional. Kant no es paradigma de un idealismo, sino de un idealismo trascendental, que es muy diferente. Una cosa es saber qué podemos conocer de la realidad, pero que nuestras percepciones proceden de un objeto de conocimiento, no es discutible. Hay fenómenos, sí, pero también hay noúmenos.
¿Podemos conocer los noúmenos? Esto es otra cuestión. Seguramente será imposible. Pero, ¿siempre? No, no siempre. Por lo menos en una ocasión podemos estar seguros de una realidad nouménica, aunque no según un uso teórico de la razón, sino según un uso práctico. Para Kant la razón teórica y la razón práctica no son dos razones diferentes, sino una misma razón pero ejerciéndose según dos usos: uno teórico y uno práctico, que es distinto. Y ello será lo que le lleve a fundamentar el imperativo categórico de la razón práctica en la libertad humana. Se trata de entender al hombre —al mismo hombre— en dos niveles: el nouménico y el fenoménico. «Es el mismo yo en dos niveles. Ha de ejecutar empíricamente lo que decide nouménicamente. No son dos humanidades distintas. Son dos niveles que se influyen mutuamente». Y su punto de conexión, por decirlo así, sería la libertad.
Pero para Kant no acaba todo aquí. Sí, la razón práctica no se ejerce sola sino que se combina de alguna manera con la razón teórica en el actuar humano. Pero hay algo más. Para Kant hay una primacía del hacer sobre el conocer. Y ya era consciente de que si bien aquél no podía entrar en contradicción con éste, sí que podía influir sobre él: «el valor y el ser no coinciden». Qué duda cabe de que esta afirmación tendrá mucha repercusión en la filosofía de la ciencia posterior: ¿es viable un estricto conocimiento científico, aséptico? O mejor aún: ¿es posible? Pero la cuestión era cómo se daba esa influencia de lo práctico sobre lo teórico, en qué se fundamentaba esa relación. Y ya no sólo en la investigación científica, sino en el propio actuar humano.
Kant pronto se dio cuenta de que el actuar humano rara vez se movía por el puro deber, y que había algo así como una ‘orientación’ de la razón, orientación que cristalizaría en lo que él denominaba fe racional, y que influía relevantemente en nuestro hacer. Para Kant, la pura razón se desorienta; pero hay una sana razón capaz de no desorientarse, y ello no sólo mediante los datos objetivos de la naturaleza sino debido a otra cosa. Según él, debía haber algo subjetivo, algo así como una fuerza subjetiva que ayudaba a orientarse y a lo que «le compete un derecho epistémico».
Por aquí tratará Kant de superar ese gran abismo existente entre lo nouménico y lo fenoménico, entre la naturaleza y el ser humano, para que éste pueda avanzar rectamente hacia su propio fin. Se trata del sentimiento estético ampliamente tratado en su tercera crítica, la Crítica del Juicio. Y es fascinante ver cómo Kant exprime al máximo su filosofía para poder explicar cómo ese sentimiento estético cuya principal característica es su subjetividad, se pueda pretender que sea universal. Finalidad sin fin, conocimiento en general,… Kant acude a expresiones difíciles para poder explicar algo difícil: el enlace entre lo práctico y lo teórico mediante el sentimiento estético. La finalidad de la naturaleza y la finalidad del ser humano parece que se ponen en contacto cuando el ser humano se acerca a la naturaleza (y a él mismo) desinteresadamente, como sin querer conocer, dejando que sus facultades bailen una danza lúdica y festiva que les permita ir más allá en la representación de los objetos que lo representado conceptualmente,… Es lo bello. ¿Algo proyectado por nosotros? No, según Kant. Captar la belleza —algo que está ahí— es poder adentrarse en la trama de fines de la naturaleza sin buscar ningún fin en concreto, ni en la naturaleza ni en el ser humano, manteniéndose en libre juego de las facultades… De esta manera, «la libertad se habrá podido, por fin, reconciliar con la Naturaleza». Y continúa Gómez Caffarena con una frase que no tiene desperdicio: «con esto, se está dando una clave al ‘fin en sí mismo’ que es el agente moral noumenal para que pueda encontrarse ‘en casa’ en la desconcertante trama de lo natural fenoménico, en la que está inserto». El paso de aquí a La religión dentro de los límites de la mera razón es inmediato.
Qué mejor acabar con unas líneas del autor que creo que sintetiza perfectamente la filosofía kantiana:
«En el pensamiento kantiano se trata siempre, no de dictaminar cómo son las realidades en sí mismas, sino, más bien, de qué podemos los humanos frente a la huidiza realidad; de dos modos humanos de investigar el único mundo real, Kant prefirió siempre los que llamó ‘principios regulativos’ (de nuestro proceder) a los que podrían llamarse ‘constitutivos’ (de la misma realidad).
Y lo que el resultado aporético nos dice es que pueden, y deben, coexistir ambas investigaciones y los humanos debemos contentarnos con llevarlas adelante y saber hacer nuestros sus resultados, sin pretender alcanzar una última síntesis…».
[themecolor]El autor[/themecolor]
José Gómez Caffarena (1925 – 2013), jesuita, teólogo y doctor en filosofía, fue profesor emérito de Metafísica y Filosofía de la Religión de la Universidad de Comillas. Fue miembro fundador del Instituyo ‘Fe y Secularidad’, al que estuvo íntimamente ligado como director y posteriormente como presidente de su Consejo.
Su actividad docente se extendió en diversas facultades tanto de España como de fuera de España, así como en la Gregoriana. También colaboró con el Instituto de Filosofía del CSIC, y creó un Máster en Ciencias de la Religión en su universidad.
Entre sus obras cabe destacar:
– La trilogía formada por Metafísica fundamental, Metafísica trascendental, y Metafísica religiosa (1969-1973)
– El teísmo moral de Kant (1984)
– La entraña humanista del cristianismo (1987)
– El enigma y el misterio (2007)