MacIntyre y el pluralismo moral
MacIntyre y el reconocimiento “humilde” de nuestra real condición de seres vulnerables.
José Vte. Bonet
Universidad Católica de Valencia «San Vicente Mártir».
Me parece un acierto de J.L. García Martínez haber planteado, en estas mismas páginas, el tema de la ley natural en relación con el pluralismo moral que define a nuestra sociedad y haciendo referencia al pensamiento, realmente singular y valioso, de A. MacIntyre. Me parece también un acierto atribuirle expresamente al autor de Animales racionales y dependientes (1999; ARD en adelante) una concepción del hombre, una antropología, por más que el propio MacIntyre quizá no mencione explícitamente dicha expresión. Pero hay en el escrito de García alguna cuestión que me gustaría plantear o discutir.
MacIntyre en contra del ideal autárquico
La primera es solo un matiz. No creo que la antropología de ARD se plantee, como se nos dice, en contra de la “antropología emotivista” (si es que existe tal cosa), sino –como también explica García- en contra del ideal autárquico que ha presidido algunos de los enfoques más consistentes de la filosofía y la cultura occidentales, cuales son el modelo aristotélico del hombre magnánimo y el ideal ilustrado de autonomía que tan bien ejemplifica la filosofía de Kant. Si el hombre “verdadero” o el perfecto modelo de ser humano se define esencialmente por su autonomía o ‑importando el término de la filosofía política- por la soberanía personal sobre su propia vida, síguese de ello que la enfermedad y otras formas importantes de discapacidad no hacen más que ofender o humillar ese nuestro “verdadero” ser de hombres, que no “debiera” tropezarse tan flagrantemente con los obstáculos de la humana finitud.
MacIntyre y la tradición ética de las virtudes
Es en contraste con dicha concepción que MacIntyre propugna en ARD, siguiendo a Tomás de Aquino, el reconocimiento “humilde” de nuestra real condición de seres vulnerables y la valoración, concordante con ese reconocimiento, de un conjunto de virtudes que necesitamos para asumir, pasiva y activamente, nuestra condición –o, como quizá deberíamos decir, nuestra naturaleza de seres que, antes que racionales y al mismo tiempo, somos también frágiles y dependientes. Así que, en términos antropológicos, lo primero que precisamos, a juicio de MacIntyre, no es una ética de la ley –ni siquiera de la ley natural-, sino una determinada recuperación de la tradición ética de las virtudes. Cuestión distinta, que ningún planteamiento aristotélico actual puede soslayar, es que dicha tradición, a raíz de la modernidad, no pueda ya entenderse al margen de una moral normativa de derechos y obligaciones; y eso sí que se plantea ocasionalmente en ARD.
MacIntyre y la inconmensurabilidad de las diversas tradiciones y filosofías morales
Junto a la ya citada recuperación de la tradición de las virtudes, entiendo que la otra tesis capital de MacIntyre fue, en el siglo pasado, su insistencia, no tanto en el pluralismo cuanto en la inconmensurabilidad de las diversas tradiciones y filosofías morales. Es cierto que esa tesis no desempeña ninguna función importante en el argumento de ARD. No lo es menos, sin embargo, que es el punto de partida de Tras la virtud, la obra más conocida, novedosa e influyente de MacIntyre (con distintas ediciones en 1981, 1984 y 2007). Se trata, en el fondo, de que el mundo moderno ha “deshilachado” las tradiciones que formaron el tejido moral de la cultura europea “clásica”, de modo que estas ya no pueden conversar entre sí. La misma tesis será el punto de llegada de Justicia y racionalidad (1988): si el debate moral a menudo degenera en un diálogo de sordos es porque, en el fondo, las distintas posiciones morales son incomparables; los supuestos que cada una de las posiciones adopta hacen que sus rivales se le vuelvan ininteligibles, o mejor, intraducibles; lo que, por otra parte, no deja de ser una trasposición explícita de la idea khuniana de la inconmensurabilidad de los paradigmas científicos.
Éste es también el tema que enhebra y configura un tercer libro, Tres versiones rivales de la ética (1990), donde MacIntyre confronta, una contra otra, las tres tradiciones morales que considera fundamentales hoy: la de las virtudes, la genealógica o nietzscheana y la ilustrada. Y hay que subrayar que este último rótulo cubre un campo inaceptablemente amplio, que incluye desde las teorías deudoras de Kant (con quien, de hecho, más de una vez MacIntyre evita medirse) hasta tradiciones anglosajonas bien alejadas de la kantiana, cuales son el empirismo y el utilitarismo. A mi juicio, son estas y no Kant quienes presentan una concepción del sujeto moral desarticulado, más perdido en el mar de sus preferencias individuales que un consumidor modesto en la Quinta Avenida.
En todo caso, MacIntyre solo proponía entonces abordar la inconmensurabilidad de tradiciones en términos narrativos: la superioridad de una posición filosófico-moral B sobre otra A quedaría acreditada por la capacidad de B de explicarnos los fracasos de A –a imagen, otra vez, de planteamientos de filosofía de la ciencia. Era en relación con esta inconmensurabilidad como se introducía en Tras la virtud la cuestión del emotivismo moral, más que nada como síntoma de una época en la que las razones ya no operan sobre el trasfondo de una tradición compartida. Este fracaso es lo que hace comprensible el intento emotivista de apelar –a la desesperada– a los sentimientos y a la mera propaganda, con lo que el gesto otrora racional del filósofo moderno se transforma en poco menos que una mueca. En eso ha desembocado el reto de la modernidad liberal de formular estándares de racionalidad independientes de la tradición.
El papel de la ley natural
Pues bien, ¿qué papel asigna MacIntyre a la ley natural, en el complejo marco filosófico que acabamos de esbozar? Me atrevo a señalar que, en Tras la virtud y Justicia y racionalidad, ninguno. En Tres versiones…, sí se refiere a los tratados de la ley de la Suma teológica de Tomás para insistir en la convergencia entre la ética de las virtudes y la ética de normas y de la ley natural. Y convengo programáticamente con algún otro autor en que dicha convergencia (que tan brillantemente cumplió Aquino) es uno de los retos mayores de la filosofía moral hodierna. Mas no sé si MacIntyre ha dado grandes pasos en esa dirección, o si más bien se ha limitado a señalarla desde lejos. O ese sigue siendo, al menos, el balance que yo haría –a este solo respecto– de Animales racionales y dependientes. Pero, si estoy equivocado, o si el autor ha hecho otras contribuciones decisivas en escritos más recientes, como parece apuntar García, habría que conocerlo y celebrarlo. Sobre todo porque, en un mundo moral definido por el pluralismo y la inconmensurabilidad, resulta difícil pensar que una apelación directa a la ley natural pueda lograr que los sordos oigan.
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