PLACER Y TRISTEZA, por Marta Zulma Carrasco Maeso

[themecolor]Placer, dolor y tristeza[/themecolor]

Marta Zulma Carrasco Uruguay

Marta Zulma Carrasco
Uruguay

por Marta Zulma Carrasco Maeso, estudiante del Grado en Filosofía de la UCV «San Vicente Mártir»

 

1. Introducción.

Cuantos impactos publicitarios se calcula que ve a diario el ciudadano promedio? Según los entendidos, la cifra oscila entre 2500 y 3000.

Nadie desconoce que estamos inmersos en un mundo donde las imágenes de todo tipo bombardean nuestros sentidos y donde muchas de ellas tienen que ver con los mensajes de placer y bienestar que todos, muy justificadamente por cierto, buscamos en nuestras vidas. Pensamos y anhelamos un abanico muy amplio de situaciones placenteras que forman parte de nuestros sueños e ideales modernos de la buena vida. Sabemos que existe una gran cantidad de placeres identificables, que no es necesario enumerar y que todos ellos cumplen con el objetivo final de hacernos “sentir bien”, aunque sólo sea por unos instantes.

La idea de lo que es placentero para cada quien podría estar más o menos claro, pero lo que no parecería tan claro es que placer y bien no van necesariamente de la mano. Y que el dolor y el placer, a primera vista parecen estar muy distantes el uno del otro como todo contrario, pero después de un análisis descubrimos que realmente no lo están, ya que nada impide que un contrario sea accidentalmente causa de su opuesto, y así la tristeza puede ser causa de placer y el placer causa de dolor, aunque no lo parezca.

Aristóteles en su obra: Ética a Nicómaco nos introduce en el análisis del tema:

(Libro II, cap.3).POR LA BÚSQUEDA DEL PLACER Y LA HUIDA DEL DOLOR, NOS APARTAMOS DEL BIEN.

 2. Placer, delectación

Mientras que el placer no debería ser considerado como un bien, ni como un fin en sí mismo, el dolor no necesariamente ha de considerarse como un mal en sí mismo.

Pero estos aspectos que son la llave en la comprensión del secreto que encierra ese ir y venir de toda vida, no es tan fácil de comprender a simple vista.

Para poder concebir una idea más acaba de estas cuestiones, vamos a recurrir en nuestra exposición a tres fuentes importantísimas como son: Aristóteles, Santo Tomas de Aquino y Juan Pablo II en su carta Apostólica Salvifis Doloris.

Tanto el placer o deleite, como el dolor y la tribulación, son relativos a quien lo experimenta.

El placer debe reconocerse además como un estímulo muy potente en nuestras vidas, que nos mueve a emprender actividades humanas de diversa índole. Pero también podemos verlo, como una justa recompensa o premio final de una buena actividad, que beneficia tanto a su agente como a su entorno.

Ahora bien, ¿qué hace que un placer sea bueno o malo? ¿Hay placeres buenos, o malos?. Y en cuanto al dolor y la tribulación, ¿son siempre malos como parecen?

Respuestas:

Platón planteaba que los placeres pueden ser el resultado esperado en la recuperación de un equilibrio natural perdido en el cuerpo, como por ejemplo las salud tras una enfermedad, o el placer de comer para un hambriento, o el de dormir tras el cansancio extremo, ya que el restablecimiento del equilibrio físico es siempre placentero y bueno. Pero no todos los placeres se producen como respuesta a una carencia o desequilibrio de lo físico.

Hay placeres que se persiguen por sí mismos , donde el sujeto va en busca de la experiencia placentera con la intención de permanecer en ella y dentro del estado de exacerbación y alteración sensitiva,  activando así su sistema de recompensa una y otra vez. Un ejemplo puede ser cualquier adicción. También están los placeres del reconocimiento social, político y el poder que alimentan el ego, los placeres hedonistas etc.

El placer agota su totalidad en el presente, por lo que todo intento nuestro por atraparlo es en vano, y el aferrarnos a esa idea nos hace caer en la rueda del deseo, encadenándonos a su necesidad indefinidamente.

Aristoteles (1)_2Pero Aristóteles advierte que el placer disminuye y tiende a desaparecer cuando la actividad comienza a tornarse rutinaria, dado que la novedad desaparece. Este indicador hace que muchas veces sea necesario para el individuo buscar nuevas experiencias placenteras más arriesgadas o en mayores dosis, con el fin de mantener intacto el umbral.

Todo placer es específico de una determinada actividad, es decir: su concreción es llevada a cabo a través de determinada actividad que le es afín. Por ende, para el desempeño de una actividad puede haber una o más vías de realización,que pueden ser buenas o deseables o malas o indeseables, siendo mejor evitar estas últimas que practicarlas.

En conclusión: el placer no es el bien, y no todo los placeres deberían ser elegibles de ser practicados, porque hay placeres que llevan a actividades indeseables, en las que, por ir tras su recompensa inmediata, nos apartamos del bien y caemos en un mal que nos lleva a grandes sufrimientos. Entonces los placeres no son ni buenos ni malos, pero sí necesarios, en su justa medida, y los deseables son aquellos mejores de practicar, ya que se obtienen como resultado de buenas prácticas. Pero para discernir qué camino tomar y qué actividad es más importante perseguir, es necesario parecerse a lo que Aristóteles llamo “el hombre prudente”, que desea lo correcto, delibera bien y elige y decide bien. También es oportuno contar con una escala de valor a la que referirnos, que nos permita elegir de acuerdo al grado de importancia, dándole prioridad a las actividades más dignas, y necesarias para poder apartarnos así de las otras. De esta forma será más fácil y eficaz la elección, usando la medida justa y evitando así anclarnos o apegarnos demasiado, siendo aconsejable abstenernos lo más posible de los placeres del reconocimiento, la fama y el poder, ya que no es tan digno buscarlos y, si por alguna razón fortuita llegaran, es necesario aprender a recibirlos con agradecimiento y humildad cuidándonos de no caer en la soberbia y la falsa vanagloria.

Dicho esto pasemos al análisis de su contrario: el dolor y la tristeza o tribulación.

 3. Dolor ,tristeza

Es preciso conocer primeramente el escenario donde el dolor y la tristeza acontecen.

El dolor viene siendo propio del cuerpo, ya que su causa se encuentra en él, y es percibido por los sentidos, transcurriendo y desarrollándose principalmente en el presente.

La tristeza, en cambio, es un dolor que no reside en el cuerpo, sino en el alma, y, por eso mismo, dura más, nace en el presente pero puede surgir de un pasado, y llega a extenderse al futuro. Su percepción no se realiza a través de los sentidos.

No vamos a centrarnos en los efectos ni en las causas, ni las consecuencias del dolor físico, del que bien se ha ocupado la ciencia y del que mucho se conoce en nuestros días, pero si tocaremos aunque sólo sea muy sucintamente, el aspecto metafísico del dolor “que es la tristeza” a cuyo análisis comúnmente somos muy renuentes. La tristeza es mucho más compleja que el dolor y merece un análisis que no pretendemos abarcar en este breve artículo. Sí que nos parece oportuno señalar, al menos, ciertos aspectos importantes que nos ayudarán a comprender su origen y su misterio.

Ahora bien, comúnmente no se nos ocurre huir del deleite, ni ir tras el dolor o la tristeza, pero hemos visto lo importante que es huir del deleite y del placer cuando este se persigue en pos del placer mismo, o nos apartamos del bien para obtenerlo. Podría decirse que huir del dolor y el sufrimiento es casi instintivo, nadie desea permanecer en el dolor, a no ser por causa de una penitencia, o que se encuentre un beneficio, como la obtención de atención, compasión o cuidados especiales, que de otra forma no se obtendrían. En cambio es preciso ir tras el deleite por razón del bien y, en ese caso, Santo Tomas de Aquino, nos dice:

“es más fuerte el deseo por “tal deleite” y es allí que ese deseo es un bien conveniente. En tanto la huida de la “tristeza” puede justificarse en cuanto a que esta sea el resultado de la privación “del bien.”

tomas_de_aquinoProsiguiendo en el pensamiento de Santo Tomas de Aquino, se llega a la conclusión de que:

“De un mal presente, (que nos causa tristezas): surgen dos opciones, una por el hecho natural de que no buscamos para nosotros un mal presente, por lo que esto no es de utilidad, a menos que exista un bien escondido de beneficio para nosotros en ese mal. En el Segundo caso, el beneficio de la tristeza puede surgir en el deseo por rechazar el mal que nos aflige, por lo que la tristeza es útil, por lo que huir del mal se debe primero por el objeto mismo del mal que es contrario al bien y por lo que la tristeza y arrepentimiento sobre las malas acciones, son buenas en el hombre, ya que la tristeza en la penitencia da buenos frutos. En segundo lugar, a veces nos adherimos con un amor excesivo a los bienes temporales, no porque estos bienes sean malos en sí mismos, sino porque en su persecución, caemos en el mal”.

4. Causas de la tristeza

Podría decirse entonces que sufrimos a causa de un mal presente, o de un bien ausente del cual no participamos ya sea porque se nos pone a prueba (como en el caso de Job) o debido a un mal resultado de nuestras propias elecciones y acciones, por lo que por causa nuestra nos vemos privados del bien y caemos en el mal.

Recordemos también en este punto lo que decía San Agustín en XIV De civitate Dei:

“la tristeza proviene de las cosas que suceden contra nuestra voluntad”,

pero muchas de las cosas que suceden contra nuestra voluntad y que a primera vista parecen muy malas, terminan no siéndolo, ya que en ocasiones, la vida nos propone cambios involuntarios en donde nuestros destinos giran hacia rumbos que no conocemos pero que, misteriosamente, nos acercan a mejores situaciones, a las que no hubiéramos accedido por voluntad propia, ya sea por miedo o por comodidad. La tristeza trae consigo el beneficio de LA TRASCENDENCIA, LA PRUEBA, EL PERDÓN Y LA OPORTUNIDAD DE CAMBIO .Las cosas suceden muchas veces no porque Dios lo quiera así, sino porque Dios mismo lo permite (la prueba (Job)

Pero en particular quisiera citar a: Juan Pablo II  en su carta apostólica SALVIFICI DOLORIS, respecto al sentido cristiano del sufrimiento humano:

“En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud, que el hombre debe ejercitar por su parte. Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no lo privará de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida. Y así, este sentido se manifiesta junto con la acción del amor de Dios, que es el don supremo del Espíritu Santo. A medida que participa de este amor, el hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra « el alma », que le parecía haber « perdido » (77) a causa del sufrimiento.”

5. Reminiscencia

Creo profundamente que todos los seres humanos por igual guardamos en nuestro interior una tristeza reminiscente de un destierro que nos duele y nos dolerá hasta el último de nuestros días, y que emerge en cada sufrimiento terrenal. Es ese sentimiento el que nace desde dentro y pregunta y se pregunta en el momento de mayor desolación ¿dónde esta Dios? .Es la caída que se repite una vez más desde nuestra memoria ancestral.

Pero también somos aquel que sufre y clama al igual que Cristo en el Gólgota: llamando al padre: Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y es entonces que, en la comprensión de ese estrecho vínculo que hay del sufrimiento con el amor, cuando el auxilio aparece. Es el amor absoluto del amante que sólo quiere el bien del amado, el que no enseña a trascender el dolor y la tristeza presente. Es la contención, el alivio y el auxilio. El amor humano es relativo y frágil, mientras que el amor de Dios es absoluto. Cuando permitimos que Dios entre en nosotros, se termina toda búsqueda y, a partir de allí, se unen en el hombre dos caminos que  parecían separados: el de la fe y el de la razón, permitiéndonos reestablecer ese vínculo amoroso que nos permite avanzar  en nuestras vidas.

 “La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad” ( Fides et Ratio, Juan Pablo II).

 

 

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