L. Mumford. Técnica y civilización. Madrid: Alianza, por Alfredo Esteve.
FICHA TÉCNICA
Título: Técnica y civilización
Autor: Lewis Mumford
Editorial: Alianza
Edición: 1971 (primera edición original en 1934)
Ciudad: Madrid
Páginas: 522
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No sé si es exacto decir que el autor de Historia de las utopías nos ofrece aquí la suya propia. Digo esto porque Mumford se plantea en esta obra una serie de cuestiones que tienen que ver y mucho con lo que sería una sociedad buena. Pero creo que no sería justo calificar de utópico lo que nos expone, particularmente porque sus expectativas —que cuando escribió el libro podían ser consideradas como expectativas de futuro— se apoyaban en elementos que si bien entonces se erigían en indicios de algo que estaba por llegar, en la actualidad se encuentran presentes en nuestra sociedad.
Lewis Mumford escribió Técnica y civilización en el año 1934, distante cronológicamente de nuestra época actual pero quizá no tanto cualitativamente hablando. El autor es consciente de que no se puede comprender adecuadamente lo que acontece en una sociedad si no es analizada de forma amplia y exhaustiva. Este esfuerzo de comprensión él lo hace siguiendo la línea que marca un indiscutible elemento común a ambas épocas: la relevancia de lo mecánico y tecnológico. Y se plantea por qué se da esta relevancia, por qué ‘la máquina’ ha jugado y juega un papel tan destacado en nuestra sociedad, papel que de hecho está más allá de lo que razonablemente le correspondería.
Ello pasa a su vez por alcanzar una comprensión amplia de lo que es la máquina, de lo que significa el fenómeno mecánico y tecnológico, porque «nuestra capacidad para ir más allá de la máquina depende de nuestro poder para asimilarla», sin reduccionismos, sin caer en el error de aquellos que realizan análisis sesgados al centrarlos excesivamente en el elemento tecnológico. Ahora bien: ¿qué es exactamente este fenómeno mecánico? Quizá asociemos de manera rápida el concepto de máquina a ese gran entramado de piezas de hierro envueltas en nubes de vapor, a cuyo alrededor giran operarios acalorados para poder mantener un determinado nivel de producción. Pero la máquina no es algo particular de la revolución industrial. La máquina existió desde mucho antes, aunque muy pocos tengan «una noción clara en cuanto a sus orígenes». ¿Por qué es más máquina la máquina de vapor, por ejemplo, que un molino de viento o una noria de agua? Ambas utilizan una fuente de energía para, una vez gestionada adecuadamente, conseguir un producto que sustituya y amplifique la labor humana. ¿No pueden ser calificadas las dos como auténticas máquinas? Lo que sí que ocurre en los siglos modernos es un cambio de perspectiva respecto a las épocas clásicas, de manera que la máquina pasa de tener como finalidad ser útil para el ser humano —ese ser humano que la ha construido—, a erigirse en un fin en sí misma, convirtiéndose —convirtiéndola— en una bestia a la que hay que alimentar a costa de lo que sea.
Si se lee la historia desde esta clave, este cambio de actitud supone un hito que nos permite distinguir un antes y un después, esto es: una fase eotécnica y otra paleotécnica, al decir de Mumford. La fase paleotécnica viene a coincidir con la época de la revolución industrial; la de los metales y el carbón; la del crecimiento desmesurado e incontrolado; la de la violación de los derechos humanos y del mínimo respeto hacia la naturaleza; la de la expansión indiscriminada de Europa a otros continentes para conseguir materias primas y nuevos mercados; en definitiva, la que poseía como única finalidad el consumo y la maximización del beneficio. El autor nos explica detalladamente diferentes procesos que contribuyeron a alcanzar esta situación crítica, procesos como la evolución de los trabajos de minería y su repercusión en la nueva situación del trabajador, o la mentalidad reglamentada y servil compartida con los grandes ejércitos de las nuevas naciones, entre otros; todo ello en aras de un progreso ficticio que lo único que hacía era minar la propia vida humana.
Pero esta situación paleotécnica no surgió de la nada. Incluso —a juicio del autor— no sería justo atribuir la única responsabilidad a la propia máquina, porque el fenómeno de la máquina existía desde hacía ya muchos siglos y nunca antes había ocurrido algo semejante. ¿De dónde surgió, pues, este cambio de mentalidad? Para dar respuesta —y he aquí un elemento muy atractivo del libro—, Mumford realiza un estudio de lo que él denomina la fase eotécnica, fase que se extiende desde los primeros siglos de la era cristiana y sus primeros esbozos mecánicos hasta poco más allá del Renacimiento. Este estudio se bifurca en dos variantes. Una, más técnica, mostrando cómo ya en los sencillos y primerizos artefactos humanos se entreveía un adelanto de lo que serían los futuros inventos tanto de la última época eotécnica como de la propia paleotécnica. Y otra, mostrando cómo para que se diera tal vuelco en la concepción de la máquina era preciso no tanto la propia evolución tecnológica como el que la sociedad estuviera en esa triste disposición para otorgar a la máquina el papel omnipresente que le otorgó.
Y esta disposición se estaba fraguando ya desde tiempo atrás. En primera instancia por el cambio de mentalidad provocado por la aparición del reloj: es difícil hacerse una idea de cómo sería una vida sin reloj, sin agenda, sin control del tiempo. El reloj es considerado por el autor como «la máquina-clave de la moderna edad industrial», sobre todo por lo que suponía de cambio de mentalidad. Este cambio de mentalidad, lógicamente, se vio aderezado por otros muchos factores, tales como la superación de ciertas creencias, la capacidad de un pensamiento abstracto que permitía disociar los fenómenos y dividirlos en partes, la disciplina implícita a los alquimistas medio científicos medio magos, los procesos socializadores de mecanización humana por medio del protestantismo que anhelaban la salvación por su propio esfuerzo,… Así se iba abonando el terreno para un pensamiento racional, mecánico, que se fijara no en lo orgánico y vital de los sucesos —esto es, en lo humano—, sino precisamente en lo inerte, en lo repetitivo y cuantificable —esto es, en lo objetivo frente a lo subjetivo—, y que en definitiva provocó un desmembramiento de la sociedad europea: fue la culminación del paso del sistema feudal al burgués desde el nuevo cambio de paradigma que nació con el humanismo renacentista y los importantes cambios políticos y sociales que se dieron con los estados modernos.
Efectivamente, la vida paleotécnica no tiene su origen en sí misma sino que se sitúa en línea de continuidad con la eotécnica. Como digo, «surgió del derrumbamiento de la sociedad europea y llevó el proceso de desgajamiento a su punto final». Asimismo, tampoco es el fin de ninguna trayectoria, sino que tras ella adviene la época que Mumford denomina neotécnica, y que llega hasta nuestros días. Si en la fase eotécnica predominaron la madera y las que hoy llamamos energías renovables (agua y viento), y en la paleotécnica predominaron el hierro y el carbón, en la neotécnica predominan las aleaciones y la electricidad. Pero no se caracteriza sólo por eso. Se caracteriza además por una nueva concepción de la máquina y de su papel en la sociedad; se caracteriza por un reconocimiento del daño causado en la fase anterior al propio ser humano y a la naturaleza; se caracteriza por un intento de recuperar formas de vida más humanas, no sólo en la factoría industrial sino en la sociedad en sentido amplio, debido sobre todo a la aparición de esquemas orgánicos y vitales en la ciencia y el pensamiento: «los conceptos de ciencia, hasta aquí asociados en general con lo cósmico, lo inorgánico, lo ‘mecánico’, se aplicaron ahora a cada fase de la experiencia humana y a cada manifestación de la vida».
Tecnológicamente, la industria neotécnica ha crecido mucho: nuevos materiales y aleaciones, nuevas fuentes de energía, nuevos modos de
organizar las factorías y el desempeño humano en ellas,… Todo ello ha derivado en una ampliación de los mercados hacia la globalización, mejores comunicaciones, ciudades mejor urbanizadas, producción más equilibrada entre sectores, preocupación por el entorno natural y los propios residuos, mejoras sociales,… Pero tiene una asignatura pendiente que le permite a Mumford afirmar que la fase neotécnica para nada está consumada, a lo sumo en plena transición. Estamos en lo que denomina —apoyándose en Spengler— un ámbito pseudomorfo. ¿A qué hace referencia exactamente? Se refiere al hecho de que en la práctica la mentalidad social neotécnica no acompaña a los avances tecnológicos, sino que estos avances se están dando en estructuras humanas todavía paleotécnicas, lo que impide un verdadero desarrollo del espíritu neotécnico. Estamos a caballo entre dos mundos, «el uno muerto, el otro sin potencia para nacer». La fase neotécnica pide una nueva manera de entender las relaciones económicas más allá de los esquemas paleotécnicos, pero el ser humano no ha sabido estar a la altura. Esto supone un problema importante, pues «el refinamiento neotécnico de la máquina, sin un desarrollo coordinado de fines sociales más altos, no ha hecho sino aumentar las posibilidades de depravación y de barbarie». Efectivamente, un aumento de la tecnología para nada presupone un crecimiento social paralelo. Esto es lo que ocurre en nuestra época actual: «fines paleotécnicos con medios neotécnicos: ésta es la característica más evidente del orden actual».
Parece que el ser humano contemporáneo ha aceptado sin rendir batalla esta deshumanización provocada por el beneficio y el comportamiento mecánico y servil. Pese a los intentos románticos y naturalistas de conseguir un orden más humano, la sociedad contemporánea se encuentra alienada. ¿Qué hacer para contrarrestar dicha alienación? Acudir a actividades compensatorias (el culto al deporte, a ciertos héroes, a historias de ficción, a la diversión, etc.) que a modo de anestesiantes o parachoques ‘ayudan’ al ciudadano a no ser consciente de su derrota ante esa bestia que él mismo ha creado.
¿Qué hacer? ¿Tiene sentido querer prescindir de la máquina? No, sin duda. No se trata de vivir ‘sin’ la teconología, pero sí de plantearnos nuestro modo de vida ‘con’ ella. «Perfeccionar y ampliar el alcance de las máquinas sin perfeccionar y dar dirección humana a los órganos de acción y control social es crear peligrosas tensiones en la estructura de la sociedad». Si hasta ahora se planteaba la invención tecnológica para obtener poder y riqueza, ¿debe seguir siendo éste el planteamiento?, ¿no pueden entrar en juego otro tipo de valores, valores que por otro lado se dieron en otras épocas y permitieron una convivencia estable y equilibrada del hombre con la máquina? A juicio del autor, el gran impulso a la máquina dada en la fase paleotécnica tiene su origen en el afán de superar el desconcierto y la perplejidad ante el final de una época —la época medieval—, proceso sobre el cual no hubo control y lo que predominó fue el ansia de beneficio y poder. ¿Por qué ahora continuamos así? Somos a modo de niños con pistola, seres humanos con una tecnología excesivamente cualificada, pero… ¿estamos preparados para utilizarla?
Lewis Mumford habla así de la necesidad de una ‘ideología organica’, esto es, de un despertar de lo vital y orgánico que vaya más allá de lo puramente mecánico, y que permita aspirar a un orden más amplio de la vida. Y ello no tanto a nivel intelectual —que quizá ya se esté haciendo en algunos ámbitos— como a nivel social y cívico mediante acciones y organismos que permitan que la sociedad vaya creciendo, abriendo perspectivas que superen lo estrictamente laboral. Porque,
«(…) lo que se llama ganancias en la economía capitalista resultan a menudo pérdidas, desde el punto de vista de la energética social, mientras que las verdaderas ganancias, de las cuales finalmente dependen todas las actividades de la vida, la civilización y la cultura se cuentan o bien como pérdidas, o bien se ignoran, porque permanecen fuera del esquema comercial de la contabilidad».
Una sociedad que no permita actividades económicas productivas y ecológicas, y que no provoque un consumo razonable que permita a sus ciudadanos disponer de un tiempo para cultivarse… ¿qué sentido tiene? ¿Cuál es el verdadero beneficio de una sociedad: el económico o el humano? Un buen uso de la máquina —y de las relaciones económicas— parte por no entronizarla sino colocarla efectivamente a disposición de la persona, permitiéndole su evolución individual y social. No se trata de eliminar las máquinas, sino de integrarlas en un modo de vida humanizador. Mumford ya decía en la década de los 30 que se necesitaba un paso más allá de la sociedad capitalista como tal; que hacía falta una alternativa al consumo desenfrenado por un excesivo deseo (artificial) de satisfacer necesidades (artificiales), dinámica que parece que estaba aceptada y dada por supuesta —e incluso hoy en día—, y que impedía el verdadero objetivo no de un consumo o beneficio ilimitado sino de un modo humano de vida. Y es que a juicio de Mumford, «(…) a menos que subordinemos la producción a la educación, un sistema mecanizado de producción, por muy eficiente que sea, sólo conseguirá endurecerse en una formalidad bizantina y servil, enriquecida con pan y circo». Por el contrario, cualquier mejoramiento apreciable en la educación y la cultura, «cualquier ganancia apreciable en la armonía y el equilibrio personales repercutirán en una demanda decreciente de bienes y servicios de compensación». ¿Utopía o realidad? Supongo que este es nuestro reto.
El autor
Lewis Mumford (1895-1990), natural de Estados Unidos, fue un intelectual cuya obra escrita abarca seis décadas. Su ámbito de conocimiento es amplio (filosofía, arte, historia, arquitectura, urbanismo,…), aunque destaca sobre todo por sus reflexiones sociales y por el análisis de los principales factores que intervienen en sus dinámicas, entre los que se encuentra la tecnología, tal y como se pone de manifiesto en este trabajo. Esta vasta cultura provoca que sus obras se caractericen por cierta interdisciplinariedad, factor sin duda enriquecedor que contribuye a comprender los problemas tratados desde distintos puntos de vista.
Ha colaborado con distintos medios, fue miembro fundador de la Regional Planning Association of America, y también formó parte del equipo docente de varias universidades (Stanford, Pensilvania,…). Todo su trabajo le ha sido reconocido por innumerables distinciones, entre las cuales cabe destacar la Medalla Presidencial de la Libertad y las Medallas Nacionales de Literatura y Arte.
Entre sus libros, además del que nos ocupa, cabe destacar:
– The story of utopias (1922)
– The condition of man (1944)
– Art and technics (1952)
– The transformations of man (1956)
– The city in history (1961)
– The myth of the machine (2 vol.): Technics and human development (1967), The pentagon of power (1970)