La intersubjetividad en Gabriel Marcel, por Sandra Ruiz.
[themecolor]Romper con la ausencia: la intersubjetividad en Gabriel Marcel[/themecolor]
Sandra Ruiz Gros
Universidad de Valencia
[themecolor]1. Introducción[/themecolor]
Gabriel Marcel nació en París en 1889. Sería en esta misma ciudad donde falleció en 1973. Dotado de una gran sensibilidad, así como de una notable capacidad de análisis, en sus obras se revela la angustia que le provocaba el mal uso de las nuevas técnicas, la manipulación de los seres humanos, la pérdida de vocación o la tiranía de los nuevos sistemas políticos que se iban gestando en esos años. Marcel evitó caer en una actitud pesimista, así como querer crear un nuevo sistema filosófico. La originalidad de su pensamiento se encuentra en la búsqueda continua de respuestas a través de lo que el propio autor denominó “filosofía concreta”, introduciendo, al mismo tiempo, una visión original al hablar de la distinción entre problema y misterio, el sufrimiento, la muerte, el amor, la presencia, la sabiduría trágica o la fidelidad, que para él era creadora.
[themecolor]2. La intersubjetividad en Gabriel Marcel[/themecolor]
Más en concreto, el elemento clave que sustenta su pensamiento fue la experiencia propia, vital, única de cada ser humano. En el inicio de su formación filosófica estuvo ligado al idealismo, aunque acabaría alejándose de esta corriente. A su juicio, en ella se producía una renuncia de las circunstancias concretas, propias de la condición del ser humano como tal. Contrariamente a lo que haría el idealismo, Marcel otorgó a la Bibliografia de Gabriel Marcel existencia un carácter central en su pensamiento. ¿Por qué y de qué modo llegó a esta posición? La respuesta la da el propio autor cuando narraba la experiencia que supuso, en su caso, la I Guerra Mundial. Con el número creciente de muertes en los campos de batalla, Cruz Roja francesa creó un servicio en el que se llevaba un registro con los datos personales de los soldados fallecidos. Quienes estaban en esta institución se encargaban de atender a las personas que acudían para preguntar por el familiar que estaba combatiendo. Acompañar a cientos de personas a las que había que comunicar la muerte de un ser querido hizo que Marcel se sintiera apelado por el dolor de quien le interrogaba. En lugar de actuar de forma mecánica, decidió sentarse con sus interlocutores e interesarse por ellos en esos momentos tan duros.
Esta actitud haría que hablara desde una nueva coordenada de su pensamiento: la intersubjetividad. Esta es la respuesta a lo que el mismo autor describió como mundo roto.[1] Es un mundo en el que la persona deja de ser para convertirse en individuo anónimo, es asimismo:
un mundo urbanizado, donde el sentido de lo original es cercenado cada vez más, un mundo que por el contrario enfatiza cada vez en mayor medida y en mayor proporción la función a cumplir dentro de una economía al mismo tiempo tiránica y abstracta. [2]
A pesar de que aparenta estar en perfecto orden, en realidad lo que late en el fondo es la ausencia de sentido y de comunicación. En esta situación solo tiene cabida el rendimiento y la productividad. Instrumentalizar a los seres humanos tiene como consecuencia directa y extrema suprimir de forma pura y simple a
los enfermos y los incurables; ya no sirven para nada, y por ello ya sólo hay que ponerlos a la cola: ¿para qué tomarse la molestia de mantener y alimentar máquinas en desuso?[3]
[themecolor]3. Intersubjetividad y compartición[/themecolor]
La intersubjetividad es entonces la puerta que da acceso a la posibilidad de recomponer el mundo, de participar en él. Permite que aquel a quien tengo delante o me cruzo en el andén de una estación, con quien coincido en la sala de espera de un hospital o comparto parte de mi vida deje de ser ese “alguien”, que está ahí, para poder encontrarme con él y también con otros,
porque en general puede decirse que la relación con es precisamente la intersubjetiva por excelencia y que no tiene y no puede tener aplicación en el mundo de los objetos.[4]
Gracias a la intersubjetividad, en las relaciones se revela, como lo hace la imagen del papel fotográfico, una unión específica, intrínseca y propia de los seres humanos. La conciencia de que tengo delante a otro ser humano, con quien comparto en cierto modo destino y camino, nos acerca al compromiso mutuo. Y también nos aleja al mismo tiempo de ser absorbidos y anulados por la masa. Conociendo esto, nos situamos y nos preguntamos, tal y como rezaba el título de una de las obras de Gabriel Marcel, En camino. ¿Hacia qué despertar?[5]
[1] Cfr. “El mundo roto” en: De la negación a la invocación. BAC. Madrid, 2004. Pág., 278. (Traducción de Mario Parajón)
[2] Op. Cit., pág., 104
[3] Marcel, g., Homo viator. Prolegómenos para una metafísica de la esperanza. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2005. Pág., 138. (Traducción de María José de Torres)
[4] Marcel, g., De la negación a la invocación. BAC. Madrid, 2004. Págs., 165-166
[5] Marcel, g., En camino. ¿Hacia qué despertar? Ediciones Sígueme. Salamanca, 2012.(Traducción de Juan Padilla Moreno)
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+Información sobre Gabriel Marcel: Gabriel Marcel Society.
Bibliografía de Gabriel Marcel